Lunes, 30 de agosto de 2010
El 16 de julio, poco después de la medianoche, Hugo Chávez presidió un acto entre surreal y grotesco: la exhumación de los restos de Simón Bolívar. Marchando al compás del himno nacional, y vistiendo trajes como los de los astronautas (con guantes y gorros de baño), un grupo de soldados, especialistas forenses y altos funcionarios de gobierno entraron a un cuarto forrado de banderas nacionales y abrieron cuidadosamente el sarcófago. Desde arriba las camáras de televisión -que filmaron toda la ceremonia- enfocaron el esqueleto de Bolívar. En la filmación el presidente no se ve, pero estaba presente. Abrumado, narró por Twitter su emoción al ver los resto de su máximo héroe. “Cristo mío, Cristo nuestro,” apuntó. “Cuánto quise que llegaras y ordenaras como a Lázaro: levántate Bolívar, que no es tiempo de morir.”
Aunque nadie se esperaba esta escabrosa ceremonia –que parece una escena de la genial novela de Tomás Eloy Martínez, Santa Evita– los planes de la exhumación sí se conocían. Desde hacía ya tiempo el presidente había ordenado abrir una investigación para determinar las razones de la muerte de Bolívar en 1830. Hasta ahora el consenso entre los historiadores ha sido que el Libertador murió de tuberculosis, pero a Chávez no lo convence esta explicación. El presidente abriga la sospecha de que Bolívar murió envenenado. ¿Por quién? Una comisión que designó y investiga el caso piensa que una vieja carta de Bolívar sugiere que el Libertador fue traicionado por la aristocracia colombiana. Y, utilizando códigos masónicos para descifrar la carta, también asoma la posibilidad de que la conspiración podría ser más amplia, abarcando al entonces rey de España y al entonces presidente de Estados Unidos, Andrew Jackson.


