El opuesto de incisivo

Martes, 26 de febrero de 2013

El artículo de Joaquín Villalobos me pareció tan malo que ni siquiera lo iba a comentar, pero Francisco Mires me hizo cambiar de opinión. Entre las críticas que hace Mires al artículo, me gustaría destacar la caracterización que hace Villalobos de la oposición:

Al igual que las cóleras de los cubanos de la Florida le dieron más de medio siglo de vida política a Fidel, la fortaleza del fenómeno político Chávez es consecuencia de los errores de la oposición. Usaron primero el último recurso, el golpe de Estado, para luego caminar en una estrategia invertida que del golpe regresó a las elecciones, pasando por huelga, protestas, referendo, denuncias de fraude y retiro de las elecciones, para luego regresar a estas ya diezmados. Siguieron un proceso perfecto de desacumulación de fuerzas en el que perdieron espacios de poder e influencia en las Fuerzas Armadas, la empresa de Petróleos de Venezuela, la Corte Suprema de Justicia, el Consejo Nacional Electoral y la Asamblea Nacional.

Para mí está muy claro que a partir de 2006 la oposición dio un giro para bien que resultó en algunas importantes victorias y en la recuperación de espacios importantes. Los logros de ese período son demostrables y tangibles, desde la victoria en el referendo de 2007 y la reconquista de importantes gobernaciones en 2008 a la victoria en el voto popular en 2010 y la elección en primarias de un candidato unitario en 2012. Todo esto se logró no por accidente, sino gracias a acciones y correcciones específicas que adoptó la oposición, incluyendo el énfasis en la unidad y la participación electoral. Pero en la prosa confusa y gaseosa de Villalobos todo esto se pierde.

Es cierto que ahora la oposición no está en su mejor momento, pero no por eso debemos dar una impresión homogénea (y mala) de su trayectoria durante los últimos 14 años.

Lo peor es que esto es sólo una muestra de la pobreza analítica del artículo. En casi todos los párrafos vi cosas así, ideas tan confusas que da pereza desenredarlas.

Manual sobre cómo colapsar una industria

Domingo, 24 de febrero de 2012

Hablando de sorpresas de la escasez y de los diferentes tipos de corrupción, mi apreciado Francisco Escauriza me envió este iluminador reportaje de su tocayo Francisco Olivares publicado en El Universal. Y la investigación de Olivares parece un manual sobre cómo matar una industria en poco años.

Olivares revela que en 2007 Venezuela era el cuarto mercado automotor del continente y ahora somos el noveno gracias a una ola de controles financieros y leyes regulatorias que han desplomado la producción:

…60% de los componentes de los vehículos que se ensamblan en el país vienen del exterior y esa es la principal alcabala que frena la producción. El cierre del mercado de permuta que permitía la adquisición de bonos para la compra de dólares fuera de CADIVI y ahora la eliminación del SITME, han sido factores fundamentales en la caída de la producción. 2012 cerró con una producción de 104.083 vehículos y una importación de apenas 25 mil: una ecuación mortal para un mercado de 300 mil clientes al año.

Pero el drama no termina allí, el productor debe sufrir la calamidad que se vive en los puertos venezolanos con el congestionamiento y el matraqueo del que nadie se salva.

La materia prima que proviene del propio país, de las industrias estatizadas, también padecen de escasez, ineficiencia y sufren el problema de la corrupción, venta paralela de cupos, especialmente desde las empresas de Guayana.

Igualmente deben superarse varias barreras como lo es el MEIV que es la licencia para importar el material para el ensamblaje de vehículos. Esa licencia se otorga una vez al año y debe ser entregada el año anterior, pero ocurre que el trámite se retrasa de 3 a 6 meses lo que hace que se paralice la producción.

Existe otro trámite que es el CNP o certificado de no producción que es un requisito exigido para obtener la divisas. Este certificado también produce retrasos y cada materia requiere de un certificado por separado.

Ahora bien, díganme ustedes si esto no ilustra que en Venezuela es simplemente imposible ser productivo y eficiente, y al mismo negarse a incurrir en actos de corrupción. La eficiencia o llevar bien un negocio requiere de corrupción, lo cual me recuerda a Luis Tascón diciendo con incisiva elocuencia que en Venezuela “la corrupción es la grasa que lubrica el funcionamiento del Estado y dinamiza sus procesos.” Si de un día a otro todos los productores y los importadores deciden no pagar coimas o comisiones a funcionarios para agilizar permisos o sortear regulaciones el país sencillamente se paraliza y colapsa.

Ahora miren esto:

Los contratos colectivos establecen cláusulas según las cuales cada trabajador tiene derecho a la adjudicación de al menos un vehículo por año. “Cuando la venta del vehículo (al trabajador) fuere de contado, la empresa conviene en vendérselo al precio que fija a sus concesionarios y no podrá comprar el trabajador más de dos vehículos al año”. Establece el contrato de una importante ensambladora en la que permite la compra de hasta dos vehículos por año.

Adicionalmente las ensambladoras tienen convenios con los sindicatos por los cuales se les asignan entre 80 a 100 unidades. Pero también algunos grupos de trabajadores tercerizados tienen en sus convenios cláusulas para asignación de vehículos. Sólo este mercado se lleva 20% aproximado de la producción nacional.

Estos empleados, por supuesto, reciben sus vehículos y luego los venden al doble.

Sorpresas de la escasez

Viernes, 21 de febrero de 2012

Como ya dije, un estudio de Datos que me señaló Alfredo Croes revela que los comerciantes no son muy bien vistos en los barrios. Y con “comerciantes,” aclaro por si acaso, la gente simplemente se está refiriendo a los vendedores informales.

¿Por qué la gente tiene una percepción tan mala de los buhoneros si hay muchas personas honestas trabajando en el sector informal?

Fíjense, por ejemplo, lo que está ocurriendo en la famosa redoma de Petare, algo que varias personas me han descrito como “surreal.” Como antes en Sabana Grande, los buhoneros han tomado las aceras con sus tarantines, dejando muy poco espacio para caminar y tapando las alcantarillas con las montañas de basura que producen cada día.

La gente entonces se ve obligada a caminar por la calles esquivando bolsas mugrientas de desperdicio, lagunas pestilentes, y exponiéndose a ser arrollados por una moto o un autobús. Nelson, un petareño con el que llevo días conversando, me dice que los atropellos fatales son comunes.

Pero el espacio no es lo único que empuja a los transeúntes a la calle. También la inseguridad. Porque en medio del tumulto de personas, los campamentos de tarantines y el desorden de la mercancía robar no es tan difícil como parece. Al contrario, en la multitud el delito muchas veces pasa por desapercibido.

Según un funcionario de PoliSucre, el número de robos disminuye cada vez que los buhoneros son desalojados.

Los petareños, además, sospechan que algunos buhoneros están aliados con esos malandros que roban o permiten que operen libremente en su espacio. Nelson me cuenta que un día se tropezó sin querer con una persona y con el bulto tumbó un frasco de pintura de uña. El buhonero le exigió que lo pagara y él se negó, explicándole que era difícil no tumbar lo mercancía con tan poco espacio para caminar. Enseguida lo rodearon un grupo de personas y lo obligaron a pagar el frasco. “Yo pagué por temor a que me metieran una puñalada. A cada rato uno escucha cuentos de hombres que los matan allí, a plena luz del día.”

Para más los buhoneros venden a precios astronómicos, probablemente la razón principal por la cual inspiran resentimiento. Nelson me dice algo que ya había escuchado antes. Los buhoneros se organizan en grupos grandes y pasan el día haciendo viajes a Makro, comprando productos para luego venderlos dos o tres veces más caros que el precio regulado.

¿Por qué entonces la gente les sigue comprando?

“Porque a veces no hay opción,” me dice Nelson. “Tú sabes, la escasez…”

La inflación en los barrios

Martes, 19 de febrero de 2012

José Ricardo Thomas hace este comentario en mi Facebook, a raíz de mi anterior nota:

En Petare el dueño de un lugar de buhonera en Baloa paga 6000 BsF a la policía de Sucre y al que le trabaja el puesto entre 1200 a 2000 BsF y el resto es ganancia, la cual la incrementa subiendo los precios de la mercancía escasa. Otro caso interesante es que los camiones de Polar para poder distribuir su mercancía sin ser asaltados pagan 3000 BsF quincenales al Capitán de la Guardia Nacional destacado en el módulo de la zona anteriormente nombrada. ¿Que tal?

Algo que me han dicho a diestra y siniestra es que los pobres en los barrios están pagando mucho más por sus productos que los habitantes de La Lagunita o cualquier otra urbanización de clase alta (lo mismo pasa con el agua). Los buhoneros o vendedores informales no respetan regulaciones de precios y con tanta escasez se aprovechan de la desesperación de la gente. No sólo eso: como ilustra Thomas con su primer ejemplo, los comerciantes también tienen “costos” que los obligan a vender más caro.

No sorprende, pues, que las encuestas digan que pocos gremios son tan mal vistos en los barrios como los comerciantes.

Corrupción como última oportunidad

Lunes, 18 de febrero de 2013

Sorprende como los chanchullos que los más pobres montan en los barrios se parecen mucho a los de los boliburgueses.

Un funcionario de gobierno tiene el poder para asignar un contrato para una obra. Le asigna el contrato a un amigo a cambio de una jugosa comisión, a pesar de que el amigo muchas veces no tiene una empresa real y eso lo obliga subcontratar. La obra se hace mal o no se hace.

Ricos y pobres, las modalidades de los negocios son parecidas. Con una diferencia fundamental que el libro de Katherine Boo sobre la pobreza en la India ilustra con el caso de Mr. Kamble, un señor mayor con un grave problema del corazón que lo hizo perder su trabajo.

Antes de que su salud se deteriorara, Mr. Kamble era un hombre exitoso en el pobrísimo barrio de Annawadi porque tenía algo que casi ninguno de sus vecinos tenía: un trabajo estable. El trabajo consistía en lavar baños públicos y falsificar las hojas de tiempo de sus jefes (los que le consiguieron el trabajo) para que ellos pudieran tomar otros empleos y al mismo tiempo seguir cobrando su sueldo municipal como limpiadores de baño. ¿Qué tiene de envidiable este trabajo? Un sueldo fijo. Ese ingreso hace de Mr. Kamble unos de los hombres más exitosos y respetados del barrio (“a man deemed worthy of titles like ji or mister”).

En fin, a Mr. Kamble le va “bien” hasta que un día colapsa por un problema en su corazón y el departamento de sanidad lo despide. Le dicen que sólo consiguiendo una válvula para su corazón tiene chance de recuperar su trabajo.

Durante meses Mr. Kamble se dedica a mendiguearle a todo el mundo una contribución para la válvula de corazón. Como no logra reunir lo suficiente, decide visitar a Asha, una mujer corrupta y despiadada cuyo buenos contactos con el gobierno local la han convertido en la líder política del barrio.

[Mr Kamble] had learned that Asha was a minor player in a scam involving one of the many anti-poverty schemes the central government in New Delhi enacted in order to bring more citizens into its growth story. The government was lending money at subsidized rates to help poor entrepreneurs start employment-generating business; a local government official and an executive of the state-owned Dena Bank would approve it. Then the official and the bank manager would take a hunk of the loan money. Asha, having befriended the bank manager, was helping him select the Annawadians who would get loans -for her own cut of the loan money, she hoped.

Mr Kamble has decided his imaginary business would be a food stall like the one where he’d been working when his luck changed. If he got a loan of fifty thousand rupees, and from that paid five thousand each to Asha, the bank manager, and the government official, he would be only five thousand rupees short of the heart valve, and go to a loan shark for the rest.

Más que corrupción, esto es supervivencia. Es decir, hay una diferencia fundamental entre Mr. Kamble y los empresarios de Derwick u otros boliburgueses. Para estos la corrupción es una opción. Para aquél es una manera de sobrevivir; una tabla para no ahogarse.

Boo lo explica con mayor claridad:

In the West, and among some in the Indian elite, this word, corruption, had purely negative connotations; it was seen as blocking India’s modern, global ambitions. But for the poor of a country where corruption thieved a great deal of opportunity, corruption was one of the genuine opportunities that remained.