Lunes, 18 de febrero de 2013
Sorprende como los chanchullos que los más pobres montan en los barrios se parecen mucho a los de los boliburgueses.
Un funcionario de gobierno tiene el poder para asignar un contrato para una obra. Le asigna el contrato a un amigo a cambio de una jugosa comisión, a pesar de que el amigo muchas veces no tiene una empresa real y eso lo obliga subcontratar. La obra se hace mal o no se hace.
Ricos y pobres, las modalidades de los negocios son parecidas. Con una diferencia fundamental que el libro de Katherine Boo sobre la pobreza en la India ilustra con el caso de Mr. Kamble, un señor mayor con un grave problema del corazón que lo hizo perder su trabajo.
Antes de que su salud se deteriorara, Mr. Kamble era un hombre exitoso en el pobrísimo barrio de Annawadi porque tenía algo que casi ninguno de sus vecinos tenía: un trabajo estable. El trabajo consistía en lavar baños públicos y falsificar las hojas de tiempo de sus jefes (los que le consiguieron el trabajo) para que ellos pudieran tomar otros empleos y al mismo tiempo seguir cobrando su sueldo municipal como limpiadores de baño. ¿Qué tiene de envidiable este trabajo? Un sueldo fijo. Ese ingreso hace de Mr. Kamble unos de los hombres más exitosos y respetados del barrio (“a man deemed worthy of titles like ji or mister”).
En fin, a Mr. Kamble le va “bien” hasta que un día colapsa por un problema en su corazón y el departamento de sanidad lo despide. Le dicen que sólo consiguiendo una válvula para su corazón tiene chance de recuperar su trabajo.
Durante meses Mr. Kamble se dedica a mendiguearle a todo el mundo una contribución para la válvula de corazón. Como no logra reunir lo suficiente, decide visitar a Asha, una mujer corrupta y despiadada cuyo buenos contactos con el gobierno local la han convertido en la líder política del barrio.
[Mr Kamble] had learned that Asha was a minor player in a scam involving one of the many anti-poverty schemes the central government in New Delhi enacted in order to bring more citizens into its growth story. The government was lending money at subsidized rates to help poor entrepreneurs start employment-generating business; a local government official and an executive of the state-owned Dena Bank would approve it. Then the official and the bank manager would take a hunk of the loan money. Asha, having befriended the bank manager, was helping him select the Annawadians who would get loans -for her own cut of the loan money, she hoped.
Mr Kamble has decided his imaginary business would be a food stall like the one where he’d been working when his luck changed. If he got a loan of fifty thousand rupees, and from that paid five thousand each to Asha, the bank manager, and the government official, he would be only five thousand rupees short of the heart valve, and go to a loan shark for the rest.
Más que corrupción, esto es supervivencia. Es decir, hay una diferencia fundamental entre Mr. Kamble y los empresarios de Derwick u otros boliburgueses. Para estos la corrupción es una opción. Para aquél es una manera de sobrevivir; una tabla para no ahogarse.
Boo lo explica con mayor claridad:
In the West, and among some in the Indian elite, this word, corruption, had purely negative connotations; it was seen as blocking India’s modern, global ambitions. But for the poor of a country where corruption thieved a great deal of opportunity, corruption was one of the genuine opportunities that remained.
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