Podrido arte

Miércoles, 28 de mayo de 2008

aliza 2Para cerrar con broche de oro sus estudios de arte en la universidad Yale en Estados Unidos, Aliza Shvarts planificó una gran obra. Decidió que se inseminaría artificialmente para luego inducirse a sí misma varios abortos que capturaría en video. Luego, construiría un enorme cubo transparente que envolvería con varias capas de plástico y, entre cada capa, vertería sangre de los abortos mezclada con vaselina. Para finalizar, colgaría el cubo en el salón de exhibición y proyectaría en sus cuatro lados visibles videos de los abortos.

Esta descripción, lo sé, suena como una broma, pero no lo es. Leí sobre Shvarts hace unas semanas en The Washington Post, en un artículo de opinión titulado “El arte de la locura en Yale.” Tan risible como la obra, sin embargo, es la intención detrás de ella. En un artículo en el Yale Daily News, Shvarts escribió que el objetivo de la pieza es “cuestionar la relación entre forma y función como ellas convergen en el cuerpo” y dejar claro que frecuentemente “entendimientos formativos de la función biológica son una mitología impuesta a la forma.” Shvarts añade que “es esta mitología la que crea una perspectiva sexista, racista, discriminatoria y nacionalista que pretende distinguir lo que se supone que deben hacer las partes del cuerpo de su capacidad física.”

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García Márquez y la “dependencia”

Viernes, 2 de mayo de 2008

Casi bostecé cuando llegué al segundo capítulo del libro Continente olvidado: La lucha por el alma de América Latina (Yale, 2007), en el que Michael Reid, erudito periodista de The Economist, nos anuncia su intención de examinar las cuatro principales escuelas de pensamiento que tratan de explicar el subdesarrollo político y económico de América Latina. Pensé que el eterno y ya trillado debate de Cultura vs. Instituciones me haría cabecear y retrasaría lo que hasta ese momento había sido una lectura fluida. Pero este prejuicio desvaneció rápidamente cuando comencé a leer la primera sección sobre la ya deslustrada teoría de la dependencia, en la que Reid lanza una pugnaz y provocadora crítica al autor de Cien años de soledad.

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La cortina de Kundera

Sábado, 19 de abril de 2008

5517En La cortina: ensayo en siete partes (Gallimard, 2005), Milan Kundera cuenta que en 1953 el novelista polaco Witold Gombrowicz citó en su diario la carta de un lector que le recomendaba no discutir su propio trabajo y sobretodo ¡dejar de escribir prefacios explicatorios a sus propias novelas! A eso Gombrowicz responde que su intención es seguir explicándose a sí mismo “lo más posible y hasta tanto le sea posible,” porque un escritor que no puede hablar de sus propios libros no es un verdadero escritor. Kundera obviamente suscribe lo que dice Gombrowicz, pues su más reciente libro es el tercero que dedica a explicar su filosofía de la novela.

Kundera es un escritor que aprecio mucho. Desde que hace años leí La insoportable levedad del ser, lo he considerado uno de los mejores novelistas contemporáneos. Su carrera como ensayista –que se confunde con la de novelista– también es admirable. Recuerdo haber leído absorto El arte de la novela, un librito-revelación que me ayudó a transformar en ideas una nube deforme de intuiciones, preferencias e inclinaciones sobre la labor del novelista que, poco a poco, a través de mis lecturas, se había ido formando en mi mente. Por todo esto, desde que me enteré de la publicación en francés de La cortina, comencé a esperar ansiosamente la traducción.

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Ed Wood

Lunes, 19 de noviembre de 2007

Johnny-Depp-Ed-Wood_lMuy de vez en cuando me cruzó con un personaje en un libro o una película que me hace envidiar a su creador, en el sentido de que siento que a mí me hubiese gustado inventar a un personaje así. Esto no tiene que ver sólo con la habilidad del autor para tallar un personaje, sino también con la mezcla de experiencias, gustos, pasiones, debilidades, a través de las cuales filtro mis lecturas. Me pasó hace como quince años con el Coronel Moori Koenig de Tomás Eloy Martínez y el Eudomar Santos de Ibsen Martínez; me pasó más recientemente con el Koke de Vargas Llosa y el Ira Ringold de Philip Roth, y me pasó, entre los clásicos, con Gusev y Don Quijote. En el cine me pasó con Ed Wood, el protagonista de una película de Tim Burton (Ed Wood, 1994) que yo, que no suelo ver películas más de una vez, he visto ya al menos unas cuatro veces.

Por sí sola, la idea central de Ed Wood es bastante atractiva. Wood –personaje basado en un cineasta de los años 50– es un joven director de cine con una genuina vocación de artista. Su ambición principal es hacer grandes obras y todas sus energías las enfoca con determinación en esta labor. El problema es que no tiene un ápice de talento. Sus películas, que tienen títulos como Plan 9 From Outer Space y Bride of the Monster, son novatadas risibles que siempre, inevitablemente, terminan siendo fracasos artísticos y comerciales.

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Bellow en Jerusalén

Viernes, 14 de septiembre de 2007

Desde hace ya dos meses, he estado leyendo entre semana, cinco o diez minutos después de desayunar, el libro To Jerusalem and Back (The Viking Press, 1976) de Saul Bellow, un relato personal de los meses que pasó el autor en esa ciudad a mediados de los años setenta. El libro, que compré por un dólar en una tienda de libros usados, no estaba siquiera en mi lista mental de prioridades y fácilmente hubiera podido pasar años sin tocarlo. Pero una mañana, mientras desayunaba, lo vi debajo de una montaña de revistas y decidí leer algunas páginas antes de ponerme a trabajar. Desde entonces, mis días comienzan con ese ritual: la indispensable taza de café y esa pequeña dosis diaria de las aventuras de Bellow en esta ciudad.

To Jerusalem and Back no es, ni aspira a ser, el mejor libro de Bellow, pero ha sido para mí un recordatorio de que, como decía Octavio Paz sobre Ortega y Gasset, leer a algunos escritores de genio es casi un placer físico: como nadar o caminar en el bosque. A pesar de la densidad del tema, es difícil no regodearse con la prosa de Bellow, porque es tan rica, y opera simultáneamente en tantos niveles, que aunque, por ignorancia mía, me cueste seguir algunas de sus disquisiciones, nunca dejo de disfrutarla. Leyendo este libro he pensado lo que ya se ha dicho mucho sobre sus ficciones: que al autor nada se le escapa, que como Tolstoi describe el mundo como es. Esto, por supuesto, es una ilusión, porque Bellow, más que una habilidad para captarlo todo, lo que tiene es un sofisticado poder de observación que entraña dos cualidades importantes para cualquier escritor: capacidad de síntesis y habilidad para aislar el detalle relevante.

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