Retratos de Vasco

Viernes, 3o de marzo de 2012

Por fin conocí al fotógrafo Vasco Szinetar y es tan simpático, encantador y alegre como sus fotografías dejan entrever. Me sorprendió diciéndome que leía este blog, pero estoy seguro que no ha pasado aquí ni una pizca del tiempo que yo he pasado en su cuenta de Facebook, viendo sus fotos.

Aquí les dejo una pequeña muestra, sus retratos de Uslar, Zapata, Botero y Ramón J. Velasquez.

El error de Jhumpa

Jueves, 22 de marzo de 2012

Jhumpa Lahiri

Jhumpa Lahiri defendiendo la importancia de las oraciones en la ficción en The New York Times:

In college, I used to underline sentences that struck me, that made me look up from the page. They were not necessarily the same sentences the professors pointed out, which would turn up for further explication on an exam. I noted them for their clarity, their rhythm, their beauty and their enchantment. For surely it is a magical thing for a handful of words, artfully arranged, to stop time. To conjure a place, a person, a situation, in all its specificity and dimensions. To affect us and alter us, as profoundly as real people and things do.

Para ilustrar su argumento Lahiri cita a Joyce:

I remember reading a sentence…in the short story “Araby.” It appears toward the beginning. “The cold air stung us and we played till our bodies glowed.” I have never forgotten it. This seems to me as perfect as a sentence can be. It is measured, unguarded, direct and transcendent, all at once. It is full of movement, of imagery. It distills a precise mood. It radiates with meaning and yet its sensibility is discreet.

Lahiri luego hace una observación donde aclara y especifica su posición:

The most compelling narrative, expressed in sentences with which I have no chemical reaction, or an adverse one, leaves me cold. In fiction, plenty do the job of conveying information, rousing suspense, painting characters, enabling them to speak. But only certain sentences breathe and shift about, like live matter in soil.

Saber construir una oración como la que cita Lahiri de Joyce, que casi parece un verso, puede ser un tremendo activo para un escritor. Pero un párrafo con oraciones poco memorables puede ser más rico que una oración perfecta o una sucesión de oraciones perfectas.

Poco después de toparme con el artículo de Lahiri leí casualmente un ensayo de James Wood comentando una escena de La casa de Mr. Biswas, la novela de V.S. Naipaul:

It is Christmas, and Mr. Biswas, on a whim, decides to buy a hideously expensive doll’s house for his daughter. He can’t possibly afford it. He blows a month’s wages on the gift. It is an episode of madness and bravado, of aspiration and longing and humiliation:

He got off his bicycle and leaned it against the kerb. Before he had taken off his bicycle clips he was accosted by a heavy-lidded shopman who repeatedly sucked his teeth. The shopman offered Mr. Biswas a cigarette and lit it for him. Words were exchanged. Then, with the shopman’s arm around his shoulders, Mr Biswas disappeared into the shop. Not many minutes later Mr Biswas and the shopman reappeared. They were both smoking and excited. A boy came out of the shop partly hidden by the large doll’s house he was carrying. The doll’s house was placed on the handle-bar of Mr Biswas’s cycle and, with Mr Biswas on one side and the boy on the other, wheeled down the High Street.

Not a word of dialogue -indeed the opposite, the report of a dialogue we do not witness: “Words were exchanged.” Again, this is both funny and terribly painful, because of the way Naipaul writes it up. He resolutely refuses to describe the purchase itself. Instead, he describes the scene as if the author has set up a camera outside the shop. We watch the men smoke, we watch them go in, and a minute later we watch them come out, “smoking and excited.” The scene is thus like something out of the silent movies, and almost begs to be run at double speed, as farce. Passive verbs are used, precisely because Biswas is a weak, comically gentle man who thinks he is asserting himself while he is in fact generally being acted upon: “was accosted by…the doll’s house was placed on the handlebar…[was] wheeled down the High Street.” Naipaul deliberately describes this event as if Mr. Biswas has nothing much to do with it, which is probably how Mr Biswas self-forgivingly thinks of this moment. Most subtle is the decision not to represent the scene of purchase itself, the moment where money changes hands. This is the epicenter of shame for Mr. Biswas, and it is as if the narrative, knowing this, is too embarrassed to represent this shame. Naipaul is superbly aware of this, superbly in control. He knows that the sentence “Word were exchanged” is the pivot of the paragraph -because, of course, it is not words that are importantly exchanged but money that is crucially exchanged. And this is what cannot, must not, be described.

No hay una sola oración memorable en el párrafo citado por Wood. Lo memorable es la riqueza de la escena. Naipaul no pasa horas tallando y puliendo oraciones, sino viendo el tablero desde arriba; pensando en la situación y luego ideando una manera de narrarla. Más que su talento para construir oraciones, lo que nos impresiona es su poder de observación, la agudeza de su análisis, su talento para la caracterización, su habilidad para iluminar dinámicas sutiles que todos conocemos pero pocos somos capaces de transponer a la página. Miles de escritores son capaces de escribir oraciones perfectas. Pocos son capaces de escribir como Naipaul.

Por supuesto, Naipaul ha podido deslizar en la escena varias oraciones como las que le gustan a Lahiri. Las virtudes del autor no son incompatibles con las oraciones memorables. Pero el fondo del asunto es que la riqueza de esta página no depende de este tipo de oraciones.

¿Por qué todo esto importa? Porque pensar que escribir bien es fundamentalmente esculpir oraciones memorables es un error. Lo más importante es la riqueza que yace debajo de las oraciones. Y a veces las oraciones grises y rutinarias (“invisibles de lo habituales,” diría Borges) esconden un universo mucho más rico que las oraciones hermosas que a Lahiri le gusta subrayar.

Jugando en varios tableros

Jueves, 1 de marzo de 2012

La primera mitad de La Fiesta del Chivo, la novela de Mario Vargas Llosa sobre la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo, tiene tres líneas narrativas. Una de estas líneas sigue a Trujillo el día que lo matan, desde que se despierta en la madrugada hasta que en la noche un grupo de conspiradores lo asesina.

En la mañana Trujillo, el Benefactor, se reúne con varios de sus asesores y ministros. El capítulo VIII gira alrededor de una reunión con Henry Chirinos, hombre de confianza de Trujillo que controla los ministerios de Agricultura, Comercio y Finanzas:

El pelo que le faltaba en la cabeza le sobresalía de las orejas, cuyas matas de vellos negrísimos irrumpían, agresivas, como grotesca compensación a la calvicie del Constitucionalista Beodo. ¿También él le había puesto ese apodo, antes de rebautizarlo, en su fuero íntimo, la Inmundicia Viviente? El Benefactor no lo recordaba. Probablemente, sí. Era bueno poniendo apodos, desde su juventud. Muchos de esos sobrenombres feroces que estampillaba sobre la gente se hacían carne de sus víctimas y llegaban a reemplazar sus nombres. Así había ocurrido con el senador Henry Chirinos, a quien nadie en la República Dominicana, fuera de los periódicos, conocía ya por su nombre, sólo por su devastador apelativo: el Constitucionalista Beodo. Tenía la costumbre de acariciar las sebosas cerdas que anidaban en sus orejas y, aunque el Generalísimo, con su manía obsesiva por la limpieza, se le había prohibido delante de él, ahora lo estaba haciendo, y, para colmo, alternaba esta asquerosidad con otra: atusarse los pelos de la nariz. Estaba nervioso, muy nervioso. Él sabía por qué: le traía un informe negativo sobre el estado de los negocios. Pero el culpable de que las cosas fueran mal no era Chirinos sino las sanciones impuestas por la OEA, que estaban asfixiando al país.

–Si te sigues escarbando la nariz y las orejas, llamo a los ayudantes y te tranco –dijo, malhumorado–. Te he prohibido esas porquerías aquí. ¿Estás borracho?

El Constitucionalista Beodo dio un bote en su asiento, frente al escritorio del Benefactor. Apartó sus manos de la cara.

–No he bebido ni una gota de alcohol –se excusó, confundido–. Usted sabe que no soy bebedor diurno, Jefe. Sólo crepuscular y nocturno.

Lo ingenioso de este extracto es cómo Vargas Llosa ilumina la personalidad de Trujillo a través de la dinámica entre lo que piensa y lo que dice. Esta técnica no es accidental porque la repite varias veces a lo largo de la novela. Unos capítulos antes, mientras conversa con Johnny Abbes (su jefe de seguridad), Trujillo se pregunta mentalmente si serán ciertos los rumores de que Abbes es homosexual para luego revelar sus pensamientos con el mismo desparpajo y falta de consideración (“¿y eso de que es maricón es cierto?”).

El extracto de Chirinos también revela la inteligencia estrátegica de Vargas Llosa, esencial para esa ambición totalizadora que lo describe como novelista. El Constitucionalista Beodo le da al autor una excelente oportunidad para seguir sutilmente enfatizando otro aspecto importante de la personalidad de Trujillo: su manía por el orden y la limpieza. También le permite aligerar con un chispazo de humor la densidad del tema principal de la novela, los horrores de la dictadura de Trujillo. (La aversión del dictador da risa, pero también la cursilería de Chirinos).

Y, no menos importante, la conversación con Chirinos es un instrumento que le permite a Vargas Llosa explayarse sobre el tema del difícil panorama económico del país y los negocios corruptos del dictador y su familia.

Esto es utilizar el espacio de la página con inteligencia y economía.

El boom del arte latinoamericano

Miércoles, 15 de febrero de 2012

De la última entrega de Efecto Naím, un reportaje sobre el boom del arte latinoamericano. Por su profesión mi esposa Rebecca viaja mucho a Brasil, y, trabajando en esta pieza con el director y los colegas del programa, comencé a pensar que, en su próxima visita a Rio, Rebecca debía zambullirse en las galerías de arte y comprar un cuadro como inversión. Esto es escandaloso, para un purista como yo, alérgico a todo bípedo que ve el arte fundamentalmente como mercancía intercambiable o símbolo de status. Vea qué fue lo que me descarriló:

Vea el resto del programa aquí. No se pierda “Llegó papá.”

Los rostros del 12

Martes, 14 de febrero de 2012

Via Manuel Rueda llegó a esta serie de retratos de venezolanos votando el pasado domingo en Nueva York del fotógrafo Juan Fernando. “Rostros de optimismo y esperanza,” los llama Fernando. Cursi el título, quizá. Pero a veces lo cursi es la realidad.

Vea el resto.