Sigue la lucha

Jueves, 6 de enero de 2010

La estrategia de voto y participación le ha dado claros réditos políticos a la oposición. Quizá no ha derrotado ni logrado detener la aplanadora totalitaria de Chávez, pero no queda duda de que, votando y llenando y reconquistando espacios institucionales, la oposición le ha complicado los planes al presidente.

Con la reforma constitucional, por ejemplo, Chávez propuso superponer una serie de vicepresidentes regionales elegidos por él encima de la estructura de alcaldes y gobernadores. La oposición no sólo detuvo este plan derrotando al oficialismo en el referéndum, también obstaculizó nuevos intentos de centralizar el poder en la capital ganando en 2008 varias de las más importantes gobernaciones. Esas victorias electorales han forzado al gobierno a abandonar el plan de las vicepresidencias y adoptar estrategias más graduales para debilitar a las autoridades locales y regionales, como ir despojándolas de competencias y asfixiándolas con recortes presupuestarios.

También han permitido que la oposición aproveche la reconquista de ciertos espacios para consolidar su dominio sobre estos espacios, una realidad evidente que revela cualquier análisis comparativo de los resultados de las regionales de 2008 y las parlamentarias del pasado septiembre.

Es posible que Chávez termine haciendo todo lo que se propuso en 2007, pero la oposición, de manera pacífica, ha logrado al menos retrasar y complicar el plan totalitario de Chávez. La oposición se ha mantenido en el pulso.

¿Sigue siendo válida esta estrategia de participación? ¿No son la habilitante y la otras leyes que buscan bypassear al nuevo Congreso pruebas contundentes de que los esfuerzos de la oposición son inútiles? ¿No prueban estas leyes que Chávez jamás entregará el poder por las buenas? ¿Que son unos tontos e ingenuos los que siguen jugando a la democracia con un gobierno que no respeta las reglas democráticas?

A estas preguntas sólo se puede responder con otras preguntas. ¿Estaría mejor hoy la oposición si no hubiese participado en las elecciones legislativas? ¿No fue refrescante escuchar ayer a Richard Blanco, Juan José Caldera, Marquina y Gómez Sigala denunciar la incompetencia del oficialismo desde esa excelente tribuna que es la AN? ¿Fue acaso insignificante la imagen de los cartelitos sacados en la primera sesión por los diputados con el número 52 indicando el porcentaje del voto popular obtenido por la oposición? ¿No fue el día de ayer importantísimo para enviar un mensaje contundente al país de que, pese al paquetazo de leyes, la oposición sigue igual de enérgica y comprometida con su plan de derrotar a Chávez en las elecciones 2012? ¿No ayudó la entrada del nuevo Congreso a movilizar a la oposición y enfocar sus energías en objetivos concretos, es decir, la defensa y recuperación de espacios institucionales -en este caso el Parlamento? ¿Y qué otra alternativa existe además de esta estrategia? ¿El escenario violento que es rechazado por la inmensa mayoría de los venezolanos y la unanimidad del liderazgo opositor?

Hay quienes proponen que, en vez de perder el tiempo jugando a la democracia, se debe organizar una “gran movilización.”

El dilema es falso.

La estrategia de voto y reconquista de espacios insitucionales no es incompatible con la idea de la gran movilización. Más aún, nadie puede negar que, sin la recuperación de gobernaciones, alcaldías y curules parlamentarios, movilizar a las fuerzas opositoras sería mucho más difícil.

El camino que tomamos es el correcto y no debemos desviarnos.

Los contratistas

Lunes, 3 de enero de 2011

Beatrice Rangel, ministra de la Secretaría de CAP II, en entrevista con la periodista Mirtha Rivero:

Fue entonces cuando llegó el ministro de Transporte y Comunicaciones, Roberto Smith, con la buenísima noticia de que, luego de una revisión exhaustiva del registro de contratistas, se había encontrado que de los aproximadamente treinta y cinco mil inscritos -no recuerdo exactamente la cifra- solamente unos quince mil cumplían con los requisitos. Es decir, un poco menos de la mitad cumplía con las exigencias técnicas, financieras y legales. El resto estaba registrado pero no se sabía porqué…¿Quiénes eran esos veinte mil que no cumplían? ¿De dónde salían esas compañìas? Eran la típica compañiíta de un señor que era amigo de un político y el político le conseguía que lo metieran en el registro de contratistas y le asignaran una obra. Por supuesto, el señor de la empresita pico y pala no tenía ninguna capacidad de hacer la obra que le mandaban, pero la subcontrataba a una de las grandes. Pero cuando se subcontrata, veinte por ciento del dinero se pierde, otro veinte por ciento se le da al político que había conseguido el contrato, y al final había que ejecutar una obra con sesenta por ciento de lo presupuestado. Por supuesto que por eso en Venezuela nunca se terminaba una obra.

Si en esa época de CAP II, de bajos precios petroleros, el registro de contratistas de un sólo ministerio tenía treinta y cinco mil inscritos (de los cuales veinte mil no estaban calificados), ¿a cuanto habrá ascendido esa cifra de parásitos durante la era de Chávez? ¿Cuántas “compañiítas” de esas que menciona Rangel habrá creado la revolución considerando no sólo el ingreso sideral de la última década, sino también el hecho de que hoy existen muchos menos controles? ¿A cuántos de esos contratistas de ministerios, gobernaciones y alcaldías le conviene económicamente que Chávez permanezca en el poder? ¿Cuántos no votarán por la oposición por el temor a perder contratos que, ellos bien saben, jamás ganarían sin amigotes ni conexiones? ¿Y no motiva la mala situación económica del país este tipo de comportamiento? ¿Saber que, sin ese contratito, sin ese amigo en el ministerio, no son muchas las opciones de éxito y manutención?

El todavía alto número de votos que atrae Chávez tiene muchas explicaciones. En el cuento de Rangel asoma una de ellas.