Lunes, 18 de enero de 2010
Dos meses antes del golpe en Honduras, y de la condena unánime por parte de los miembros de la OEA al derrocamiento de Manuel Zelaya, Barack Obama se reunió por primera vez con los mandatarios de América Latina en la Cumbre de las Américas, en Trinidad y Tobago. El presidente de Estados Unidos llegó con buenas intenciones, hablando de una nueva era de colaboración hemisférica y anunciando que había ordenado el levantamiento de restricciones de remesas y viajes cubanoamericanos con la intención de reorientar la política de Estados Unidos hacia Cuba. Pero el gesto, aunque bien visto, no fue suficiente. En los discursos y reuniones con los otros mandatarios, Obama tuvo que lidiar con una avalancha de críticas agresivas por el embargo de su país a Cuba. Y, cuando tímidamente expresó su rechazo a las políticas represivas de la dictadura cubana, no recibió señal visible de apoyo por parte de ningún país.
Casi cinco meses después, en una reunión de UNASUR a finales de agosto, ocurrió algo similar. Un mes antes autoridades colombianas habían incautado a guerrilleros de las FARC lanzacohetes del ejército venezolano, añadiendo un granito de arena más a la montaña de evidencia que vincula al gobierno de Venezuela con el grupo guerrillero. Pero lo miembros de UNASUR decidieron ignorar este grave hecho y enfocarse en críticas al acuerdo militar entre Estados Unidos y Colombia que otorga acceso a soldados norteamericanos a siete bases colombianas. El mensaje fue claro: la posible expansión de la presencia militar de Estados Unidos en Colombia es un acto más ofensivo que la posibilidad de que un gobierno de la organización financie a un grupo guerrillero que busca derrocar un gobierno democrático y es conocido por reclutar niños, participar en el tráfico ilícito de drogas, y secuestrar y asesinar a ciudadanos inocentes.
¿Qué explica esta ceguera e hipocresía regional? ¿Por qué los países que condenaron decididamente el golpe de Estado en Honduras no critican la falta de democracia en Cuba y más bien promueven la incorporación de Cuba a organizaciones donde sólo democracias pueden ser miembros? ¿Por qué el acuerdo de la bases causó una controversia mayor a la de los lanzocohetes venezolanos en manos de las FARC? Por supuesto, hay varias razones que explican este comportamiento. Pero un factor de peso en sin lugar a dudas la desproporcionada influencia regional del presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
El caso de Cuba es ilustrativo. El liderazgo de Chávez ha sido un factor importante, por no decir clave, elevando a Cuba a un pedestal de honor en la geopolítica regional. El régimen de los Castro inspira en varios presidentes cierta simpatía, producto de inclinaciones ideológicas, un irreflexivo antiamericanismo o una mezcla de las dos. Con o sin Venezuela, Cuba se beneficiaría de estos prejuicios. Pero Chávez ha contribuido mucho a blindar a la dictadura cubana contra cualquier asomo de crítica y se las ha ingeniado para anular o camuflar las diferencias sobre Cuba entre la izquierda democrática (Chile, Brasil, Uruguay) y la izquierda autoritaria (Venezuela, Nicaragua, Bolivia), creando una falsa impresión de consenso. Porque, mientras Brasil y Chile dicen en privado que el acercamiento a la dictadura es la mejor estrategia para promover cambios internos en la isla (la misma posición de Obama), Venezuela y los países del ALBA opinan que la revolución cubana es un ejemplo a seguir en la región. Agitando la bandera del anti-imperialismo, y aprovechándose de la pasividad de la izquierda democrática, Chávez ha disuelto a los dos izquierdas en un discurso común en el que el tema de la falta de democracia en Cuba es desplazado a los márgenes por las críticas al embargo.
Otro ejemplo es el golpe en Honduras. Todos los países del hemisferio se unieron condenando al régimen de facto de Roberto Micheletti y la expulsión del país del presidente Manuel Zelaya. Pero, en esa movilización inicial para condenar el golpe, Chávez y los países del ALBA jugaron un papel importante. En una reunión de la OEA en Managua, Chávez, Daniel Ortega y ¡Raúl Castro! criticaron a los golpistas y defendieron el imperio de la ley como si ellos fueron demócratas modelos. Por supuesto, muchos líderes presentes en la reunión captaron la hipocresía. Pero no dijeron nada para evitar conflicto. ¿El resultado? La impresión de que los países de la región condenan ciertos abusos a la democracia, pero no otros. Y la ironía de que, gracias en parte al activismo de los países menos democráticos, la región logró unirse en una condena unánime al golpe de Estado en Tegucigalpa.
El caso de las bases “estadounidenses” en Colombia es un poco más complejo, porque, ciertamente, Estados Unidos y Colombia han podido ser más transparentes con sus vecinos sobre la naturaleza del acuerdo que desató la controversia. Pero, incluso tomando en cuenta ese error, la reacción regional al acuerdo fue exagerada, pues la presencia militar de Estados Unidos en la región lleva varios años en declive. ¿Qué llevó a esa exagerada reacción? En parte, es cierto, la historia de intervenciones de Estados Unidos en América Latina, que ha creado escepticismo y desconfianza, además de una instintiva inclinación a no dar siquiera la apariencia de servilismo hacia el “imperio.” Pero otra razón es que el secretismo de Colombia y Estados Unidos fue hábilmente aprovechado para crear una imagen distorsionada de la naturaleza de un acuerdo que, en el fondo, carece de importancia militar y es poco más que la actualización de un acuerdo ya existente. ¿Y quién ayudó más que nadie a crear esta imagen distorsionada? Hugo Chávez, por supuesto. Todavía hoy Chávez asegura empecinadamente que las bases no son colombianas sino “gringas” y que el objetivo del acuerdo es una invasión a Venezuela.
Tanto en el caso de las bases como en los casos de Honduras y Cuba, el gobierno venezolano ha logrado manipular el debate a su conveniencia. En el caso de Cuba Chávez ha contribuido a enfocar la discusión en el tema del embargo, desplazando exitosamente a los márgenes el tema de la democracia en la isla. En el caso de Honduras Chávez contribuyó a crear a divisiones innecesarias y a reforzar la idea de que aceptar los resultados de las elecciones era justificar el golpe, eliminando matices que han podido ayudar a conciliar desde el principio las posiciones “no muy distintas” (palabras del asesor de Lula, Marco Aurelio García) de Brasil y Estados Unidos. Y en el caso de las bases la discusión podría haberse limitado a la obtención de ciertas garantías por parte de Colombia, pero Chávez y sus satélites lograron enmarcar el debate en el contexto de un nuevo atentado del imperio contra las naciones del sur. En todos estos casos no es difícil imaginar una situación diferente sin la corrosiva influencia de Chávez.
Se debe decir, claro, que muchos países no simpatizan con el radicalismo de Chávez. El problema es que no están dispuestos ni a liderar ni a confrontar a Chávez en los debates o crisis regionales. ¿Para qué, se preguntará Michelle Bachelet, voy a buscar una pelea con Chávez? ¿Para crear un clima innecesariamente tenso e incómodo en los foros hemisféricos? ¿Para ser escogida como blanco de su maquinaria propagandística continental? ¿Para que financie elementos radicales y desestabilizadores dentro de mi país? ¿No es mejor ignorar su discurso hipócrita, poco civilizado e irracional y así ahorrarme un dolor de cabeza? En efecto, sí lo es. El problema es que, si todo el mundo piensa así, Chávez, aplicando una estrategia de confrontación, termina ejerciendo una exagerada influencia determinando qué constituye y qué no constituye una amenaza en la región. Una de dos: o se confronta a Chávez en ciertos asuntos o se permite que enarbole la bandera del liderazgo regional para guiar y establecer el tono del discurso.
Desde luego, el liderazgo es un concepto gaseoso y no se puede medir con exactitud hasta dónde llega la influencia de Chávez. En el caso de la reacción a las bases, por ejemplo, no se pueden desestimar factores como el posible interés de Brasil en limitar la influencia militar de Estados Unidos, su principal contendor por el liderazgo regional. Igualmente, la reacción unánime y contundente contra el golpe en Honduras no solo se debió al activismo de Chávez y el ALBA, sino también a que la OEA es un club de presidentes y por eso más proclive a defender a presidentes que a parlamentos o cortes. Pero el hecho de que la influencia de Chávez no sea el único factor de peso no quiere decir que no sea un factor de peso. No es una casualidad que las principales causas en las que los países de la región lograron cierto grado de consenso en 2009 -el embargo, el pujo para la posible readmisión de Cuba a la OEA, el golpe en Honduras y las críticas al acuerdo de las bases- hayan sido todas las causas de Chávez.
¿Qué hacer, entonces, frente a esta situación? ¿Cómo limitar la desproporcionada influencia regional de Hugo Chávez? Quien está en mejor posición para limitar esta influencia es Brasil. Pero hasta ahora el gobierno de Lula, alérgico a los escenarios conflictivos, y fiel a una tradición histórica de no intervención, no ha asumido su rol de líder. Lula, por ejemplo, jamás ha clarificado su posición sobre el tema de la democracia en Cuba con la misma resolución con que lo hizo en el caso de Honduras. El otro país que podría imponer barreras a Chávez es Estados Unidos, cuya diplomacia (y diplomacia no es sinónimo de retórica) podría ser un poco más agresiva buscando maneras creativas de llenar el vacío de liderazgo que Chávez ha aprovechado para expandir su influencia. Sin embargo, quizá ahora la mejor estrategia es esperar porque los vientos no soplan a favor de Chávez. Con la aguda crisis económica en Venezuela y un reordenamiento del liderazgo regional producto de las elecciones presidenciales que se celebrarán en 2010, las limitaciones a la desproporcionada influencia de Chávez podrían surgir solas.
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