Miércoles, 17 de febrero de 2010
A través del indispensable boletín quincenal de Gustavo Tarre sobre las actividades de la Asamblea Nacional (por suscripción), me entero de varios detalles interesantes sobre la reforma de la Ley de Indepabis, sancionada a principios de mes:
- Hasta ahora la Ley de Indepabis declaraba de utilidad pública (es decir, expropiables) todos los bienes necesarios para actividades relacionadas a alimentos, productos y servicios de primera necesidad. La reforma de la ley arrima bajo el paragua de utilidad pública a “todos los bienes necesarios para desarrollar actividades de producción, fabricación, importación, acopio, transporte, distribución y comercialización de bienes y servicios.” Es decir: casi todo.
- La reforma faculta al Ejecutivo a iniciar procedimientos expropiatorios cuando se hayan cometido ilícitos económicos y administrativos relacionados con la especulación y el acaparamiento. Es decir: se consagra la expropiación como castigo.
- También otorga al Ejecutivo el poder para tomar medidas de carácter excepcional a fin de evitar el alza indebida de precios y el acaparamiento de bienes considerados de primera necesidad; y, para tal efecto, se consideran bienes y servicios de primera necesidad aquellos (cursivas mías) “que por considerarse esenciales e indispensables sean determinados expresamente mediante Decreto Presidencial.” Es decir: en teoría el presidente podría decidir sin ningún control que los diamantes son bienes de primera necesidad.
- Se elimina la referencia a bienes de primera necesidad en artículos referentes a la aplicación de medidas preventivas, sanciones administrativas y penas en los procedimientos expropiatorios. Es decir: se eliminan los engorrosos obstáculos legales que protegen la propiedad privada.
Lo curioso, sin embargo, es que esta reforma inconstitucional de la Ley Indepabis (una ley ya de por sí inconstitucional) no es necesaria, porque el gobierno nunca se ha regido por la ley ni respetado los procedimientos a la hora de expropiar.
Sólo que Chávez -en un comportamiento que raya en la esquizofrenia- tiene una extraña manía que va más allá de las expropiaciones: le gusta jugar a la democracia.
Y a veces pareciera genuinamente confundir el juego con la realidad, lo cual, visto bien, es una muestra de la complejidad de su mente. De la complejidad de la mente, en realidad.
Otro texto del autor:
- Lea la Tribuna sobre la exagerada influencia de Hugo Chávez en América Latina.
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