Viernes, 12 de octubre de 2012
No sabía que escribir la nota anterior iba a ser como tirar una piedra en un avispero. He recibido correos de gente razonable que con un tono constructivo me exponen sus válidos argumentos y preocupaciones.
Pero también de voces groseras y estridentes que me hacen pensar que hay una epidemia del síndrome Durán, la enfermedad que consiste en pensar que uno es la única mente de Venezuela capaz de advertir realidades obvias (el fraude del 7/O) que, por alguna misteriosa razón, el resto no capta.
El problema es que en este caso no hay misterio. Muchos de los argumentos que ruedan por ahí ya han sido debatidos.
Migraciones forzadas, reubicaciones, doble cedulados, fallecidos, nacionalizados, el registro electoral, el reto de los testigos, todo eso ha sido objeto de fuertes discusiones.
Y, aunque nadie niega que existen diferencias en el debate, así como legítimas preocupaciones, la mayoría coincide en que si tenemos presencia en todos los centros y mesas Chávez no puede llevar a cabo un fraude como el que muchos dicen que perpetró el domingo, presuntamente robándose más de un millón y medio de votos para obtener la victoria.
Existe, sin embargo, una preocupación razonable, asomada por The Economist y que sobrevuela el artículo que escribí ayer. ¿Ha desnivelado el presidente el terreno electoral a un punto en el que es prácticamente imposible superar y vencer los abusos y el ventajismo de la campaña y derrotarlo con votos? En otros procesos electorales la oposición ha podido vencer el obsceno ventajismo y las múltiples tropelías, pero ¿se puede en las presidenciales? ¿Puede un demócrata con relativamente escasos recursos competir con un autócrata que utiliza sin ninguna clase de controles la chequera de un petroestado cuando los precios del barril oscilan los cien dólares por barril?
Algunos están proponiendo que debemos hacer un trabajo más intenso para nivelar el terreno electoral y combatir los abusos, una propuesta que, aunque difícil de implementar, a mí me parece sensata.
Pero la principal prioridad ahora debe ser combatir los fantasmas de la abstención y la desmoralización que amenazan con borrar del mapa político del país a la alternativa democrática.
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