Viernes, 2 de julio de 2010
Hay gente que dice que se debe separar al Oliver Stone artista del tiranófilo que admira a Castro y a Chávez, y hace documentales glorificándolos.
Yo no creo en esta división.
El Oliver Stone chavista es alguien que tiene ideas muy fijas sobre la dinámica entre Estados Unidos y América Latina; una narrativa inflexible y terriblemente simplista, con un aire de teoría de conspiración, donde los buenos y los malos están muy bien definidos, demasiado bien definidos, a un punto poco creíble y caricaturesco, que poco tiene que ver con el desorden de la realidad.
¿Chávez anti-Bush y blanco de Fox News? ¡Entonces tiene que ser de los buenos!
¿Chávez violador de los derechos humanos? ¡Imposible! ¡Él es anti-imperialista y los grandes medios de Estados Unidos lo odian!
¿Chávez ofreciendo a cerdos capitalistas jugosos negocios a cambio de favores? ¡Mentira! ¡Inventos del FBI!
¿El gobierno ofreciéndole dos millones de dólares a un rico empresario para que no implique a PDVSA en un escándalo? ¡Imposible! ¡No cuadra! ¡Más bien Chávez es odiado por la oligarquía porque ayuda a los pobres!
Esta tendencia inconsciente de Stone por simplificar la historia, por anular los grises y las ambigüedades, por reducir todo a un cuento de hadas fácilmente digerible, con un sistema moral binario, donde son sacrificadas las complejidades y los matices de la realidad, es una limitación de su inteligencia que no sólo abaratan sus documentales.
También sus películas.
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