La Inmundicia Viviente

Jueves, 13 de mayo de 2010

Carlos Escarrá

Desde hace ya tiempo, el diputado Carlos Escarrá desempeña en la Venezuela de Chávez un rol similar al de Henry Chirinos durante la dictadura de Trujillo en República Dominicana.

Escarrá es un patético personajillo que, desde la Asamblea Nacional, y por órdenes del comandante, se dedica a dar visos de legalidad a los atropellos y arbitrariedades de un gobierno cada vez más autoritario y gangsteril.

Y, bajo los estándares del chavismo, lo hace muy bien, al igual que lo hacía la Inmundicia Viviente, sobrenombre de Henry Chirinos.

En su última intervención en la AN, tratando de cubrir con un barniz legal la expropiación de la hacienda de Diego Arria, Escarrá recurrió a sus viejos trucos y trampas cazabobos: demostrar sus conocimientos de historia legal y constitucional, citar de memoria artículos específicos de leyes o reformas de leyes, salpicar su intervención con términos del argot legal, adornarla con fechas lejanas a la que se remontan algunas leyes, etcétera.

Y uno detecta cierto orgullo en ese despliegue retórico vacío, como si Escarrá disfrutara marcando la distancia intelectual que lo separa de la gavilla de mediocres que conforma la AN.

Leyendo novelas he aprendido que nuestro mundo interior afecta la manera como percibimos la realidad exterior. El sonido de los grillos en la noche, por ejemplo, siempre me ha parecido sinónimo de tristeza y soledad, en parte porque era el sonido que, de niño, escuchaba en Bello Monte cuando mi papás se iban de viaje y me abandonaban en casa de mi abuela.

Creo que algo similar me ocurre con Escarrá. En Churchill, personaje que admiro mucho, la gordura me parece un síntoma de energía, vitalidad y alegría. Su glotonería me parece una extención inevitable de las virtudes de su personalidad. Pero en Escarrá el sobrepeso tiene un cariz distinto. Su panza, su doble papada, sus cachetotes y su miradita de víbora me parecen una manifestación natural de su podredumbre moral y pequeñez humana.

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