Los límites del realismo

Viernes, 14 de mayo de 2010

La esposa de un viejo colega murió hace poco de cáncer, luego de una dolorosa batalla de dos años que, a través de mi colega, presencié en primera fila.

Y también hace una semanas murió Rocha, otro colega con el que trabajé un tiempo y al que luego dejé de ver por esa flojera -de llamar, de escribir, de organizar un almuerzo o cena- que, de una manera gradual, cotidiana y casi invisible, ha acabado con tantas amistades.

Rocha era un personaje. Un colombiano grandote que siempre andaba de buen humor. Su manera de comunicarse era con chistes. No era que aderezara sus comentarios con humor, sino que los chistes eran parte de su lenguaje, como lo es ahora Chávez para muchos venezolanos.

Con frecuencia, si pasaba cerca de él cuando conversaba con alguien, él desviaba la conversación para decir “es que los venezolanos en el exterior no saben apreciar a Chávez; no se dan cuenta de todo lo que está haciendo por el pueblo; ellos simplemente lo odian porque ayuda a los pobres.”

Si no, me presentaba a su interlocutor y le decía, con mucha seriedad: “Este es un venezolano chavista; líder de los Círculos Bolivarianos en el exterior; una verguenza para su país. Qué fácil ser chavista desde el imperio.”

Las bromas podían ir para los dos lados, pero casi siempre involucraban a Chávez.

Uno de sus cuentos -y tenía muchos- era que se había “echado palos” con Nicolás Maduro, después de hacerle una entrevista para RCN o la BBC.

-¿Y qué te dijo de Chávez?
-Está clarísimo con Chávez -dijo.
-¿Clarísimo qué?
-Bueeeno, él sabe como son la cosas.
-Explica, coño. ¿Dice que Chávez está loco?
-Claaaaro. Pero se entienden. Maduro sabe demasiado.

El episodio lo narraba con cierto orgullo, con el mismo orgullo con que me enseñaba sus fotos con Uribe o Shakira.

-Mire, mijo.
-Veeerga -le decía, fingiendo la impresión que él esperaba -. ¿Y qué tal en persona?
-Chiquitita, pero rebuena.
-¿Y Uribe?
-Muy serio, mijo. Casi ni habla.

Pasé como dos años sin saber casi nada de él. Luego, hace como seis meses, un amigo común me dijo que tenía cáncer de páncreas. Lo llamé, le dejé un mensaje y no me respondió. Estúpidamente, no insistí. Hace poco me dijeron que murió.

Picasso no es mi pintor favorito. Aunque no llego al extremo de Paul Johnson, coincido con él en que Picasso es sobrestimado. Pero hay una pequeña obra suya que me gusta mucho, porque la manera como distorsiona, deforma y manipula las líneas y las formas de su rostro no me parece frívola ni gratuita -como en buena parte de sus cuadros- sino esenciales para capturar el miedo humano a la muerte.

Sin esas distorsiones, creo, Picasso no hubiese podido desnudar ese miedo, transformarlo en algo que lo trasciende a él. Nos une a él.

El autorretrato demuestra los límites del realismo.

Autorretrato ante la muerte

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