La caja de la Nada

Martes, 24 de mayo de 2011

Autora: Mirtha Rivero

A finales del año pasado, me encontraba en Oaxaca, al sur de México, en el tope de un cerro pelado. Visitaba las ruinas de lo que fue la ciudad de Monte Albán cuando, cansada, me senté en una de las gradas milenarias. El calor era espeso, a pesar de que era diciembre, y necesité un respiro. Muy cerca de mí, en la misma escalera de piedra, una pareja conversaba animada. Por lo que oí, ella era zapoteca, del Istmo de Tehuantepec; él, un amigo recién llegado de la capital de la república. La muchacha, de unos veintitantos años, tejía y hablaba al mismo tiempo y ritmo que chocaba y enredaba sus agujas con la lana: rapidísimo. Sin perder un hilo, ni de la conversación ni del tejido. Su compañero parece que me leyó el pensamiento, porque preguntó:

-Me puedes decir cómo haces para hablar y tejer a la vez. Yo no podría.

Fue la excusa que la muchacha necesitó para contar una historia que, a su vez, a ella le habían contado:

-Es que la cabeza de ustedes es distinta. Morfológicamente –juro que lo dijo-, el cerebro del hombre está dividido en cajitas. Cada una destinada a una cosa distinta. Si el hombre está trabajando, está en la cajita del trabajo y no hace más nada. Si está haciendo deportes, está en la cajita de deportes y de ahí no lo saca ni lo desconcentra nadie. Y así tiene muchas cajas más, hasta tiene una de la Nada. Adonde no hay nada. Por eso es que los hombres son los únicos que pueden pescar, porque mientras están picando los peces, los hombres están en la Nada: no están pensando. En cambio, las mujeres no somos buenas para pescar; porque mientras esperamos a que pique un pez, estamos hablando, haciendo macramé, tejiendo, bordando ¡y espantamos a los peces! La mujer no tiene esa cajita de la Nada en su cerebro; y si la tuviéramos, al ver ese cuarto vacío empezaríamos a meterle un sofá, un cojín, una flor… a rellenarlo. En nosotras el cerebro es distinto. No lo tenemos dividido en cajitas; o si lo tenemos, nos podemos pasar de una caja a otra, o estar con un pie en una y un pie en otra. Las mujeres así somos, así nos hicieron.

El cuento me pareció la versión zapoteca de la teoría que apunta a que las hembras, al contrario de los varones, pueden hacer varias cosas a la vez. Aparentemente, según unas investigaciones, el cuerpo calloso de las mujeres es más grueso, y ello marcaría la diferencia. El cuerpo calloso es un conjunto de nervios ubicado en el centro de la cabeza que permite la intercomunicación de los dos hemisferios cerebrales: el analítico y el emocional. Se supone que al haber más comunicación entre los hemisferios, se puede funcionar mejor. Por lo tanto, el cerebro de la mujer es más eficiente.

Demás está decir que me alegra la tesis. Sin embargo, aferrándome al cuento zapoteca, hay veces en que me gustaría ser hombre. Para tener mi cuartico de la Nada en la cabeza. Y no pensar, por ejemplo, en lo que leo en los diarios de Caracas: 65.380 armas ilegales incautadas en 2010 serán convertidas en cabillas para hacer casas, dijo un ministro. Son –según el funcionario- armas automáticas, fusiles de asalto, armas largas, escopetas de repetición, pistolas, revólveres, escopetas… Pero de dónde sale ese arsenal; cómo llega a las calles; cómo lo consiguen los delincuentes; cómo entra y circula por el país. Dónde están las alcabalas, las aduanas, los agentes que deben detectarlas. Y si esa es la cifra incautada ¿cuánto queda rodando, y matando, por las calles? Ahí es cuando quisiera tener una caja de la Nada en mi cerebro.

Publicado el pasado domingo en el sumplemento Día D de 2001.

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