En busca del hombre nuevo

Jueves, 22 de septiembre de 2011

Cada vez que destaco algún logro o los logros de la oposición venezolana recibo duras críticas por Email y por Twitter.

Varias veces me han llegado correos con explicaciones largas sobre porqué estoy equivocado.

Ninguna explicación me ha hecho cambiar de opinión, pero sí me han ayudado a detectar con precisión donde reside el desacuerdo.

En primer lugar hay una diferencia de expectativas y perspectiva. En las críticas de mis adversarios trasluce una aspiración de perfección, de encontrar -como dice Raúl Aular- políticos “hidropónicos,” impolutos. Quieren ver a una oposición perfecta, que haga exactamente todo lo que ellos promueven y defienden. Desde el otro extremo del espectro ideológico ellos buscan, también, al “hombre nuevo.” Y, cuando no lo encuentran, se frustran.

Yo pienso que esta aspiración es una quimera. Y lo comprueba un vistazo superficial a otros países. Observen el comportamiento de muchos políticos en Alemania, jugando con fuego con la crisis del euro; o la extorsión del tea party y el partido republicano en Estados Unidos en las negociaciones del límite de la deuda, donde básicamente amenazaron a la administración Obama con volar el país si el presidente no cedía en sus demandas.

O miren la actitud irresponsable y cínica de los miembros de la Concertación en Chile, apoyando un paro para exigir respuestas a una serie de problemas cuyos principales autores, más que Sebastián Piñera, son ellos mismos. O la miopía de los candidatos moderados en el Perú, que por dividir el voto del centro dejaron pasar a la segunda vuelta a dos candidatos con fuerte tendencias autoritarias.

O miren a la misma oposición venezolana hace apenas cinco años -dividida, fragmentada, desmovilizada por el espantajo del abstencionismo.

Este ejercicio comparativo es útil, porque ayuda a poner las cosas en perspectiva mostrándonos que errores que a primera vista parecen extremadamente irresponsables son más bien comunes o aciertos que nos parecen normales son más bien extraordinarios.

Para mí, en este contexto, los logros de la oposición durante los últimos años son notables.

La derrota del abstencionismo y la adopción (¡por consenso!) de una estrategia de participación electoral y de lucha por llenar y reconquistar espacios institucionales. (¿Acaso es poca cosa forjar este consenso alrededor de un argumento difícil de digerir y todavía más difícil de vender? ¿Es poca cosa que no haya surgido un ala opositora demagoga -como ha surgido recientemente en países desarrollados con problemas muchos menos graves que los de Venezuela- explotando la frustración del antichavismo ofreciendo soluciones más radicales para salir del presidente?).

Los espacios ganados en las elecciones regionales de 2008. El acuerdo unitario logrado en 2010 para las legislativas, firmado por 18 partidos y una docena de organizaciónes políticas. La decisión de escoger mediante primarias un candidato único para las presidenciales de 2012.

El sano surgimiento de una nueva generación de líderes que coexiste y colabora con la vieja generación, renovando el liderazgo opositor y comprendiendo que para ganarle el pulso a Chávez no hay que dividirse sino más bien sumar esfuerzos.

La mejoras organizativas dentro de la MUD, descritas con detalle en un imperdible artículo de Alonso Moleiro. La articulación de un programa de gobierno unitario que absorbe las ideas de las mentes más brillantes del país.

Ha habido también tropiezos, claro. Y también existe un amplio espacio para mejoras.

Reconocer la labor de la oposición no significa tapar sus errores o renunciar a exigencias y presiones para que las cosas se hagan mejor.

Pero, si Chávez sale de la presidencia en octubre de 2012, dentro de cien años historiadores verán con admiración el papel desempeñado por la oposición en la recuperación de la democracia venezolana.

De eso no me queda duda.

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