El molino de Chávez

Miércoles, 19 de mayo de 2010

Reflexionando sobre el Quijote, Milan Kundera dice en La Cortina que Don Quijote está enamorado de Dulcinea. Sólo la ha visto de paso, o quizá nunca. Pero está enamorado sólo porque “se supone que los caballeros andantes deben estarlo.”

Esto lleva a Kundera a preguntarse qué es el amor. ¿Sólo la decisión de amar? ¿Una mera imitación?

No me interesa abordar ahora las preguntas de Kundera, pero sí el tema de la imitación. Todos tenemos héroes y todos imitamos, a veces de una manera tan infantil como la de Don Quijote, el comportamiento de nuestros héroes.

En mi adolescencia, por ejemplo, recuerdo haber imitado los gustos de mis héroes literarios. Si a varios de mis héroes no les gustaba un escritor en particular, yo descartaba a ese escritor, sin siquiera leerlo. Y a veces hasta podía hablar mal de él. Quizá no llegaba al extremo de Don Quijote, pero sí lo suficiente como para que, unos años después, me reconociera en sus locuras.

Uno de los rasgos más fuertes de la personalidad de Chávez -como bien lo ha señalado Enrique Krauze- es la veneración de héroes. Y en esta veneración Chávez llega a extremos demenciales (o quijotescos). Un ejemplo es su enemistad con Estados Unidos. Es verdad que en este anti-imperialismo hay una dosis de cálculo político, de manipulación, de maquiavelismo. Quizá, por qué no, hay una triza de razón.

Pero también hay mucho de imitación.

Después de todo, Chávez tiene en gran parte un enemigo imperial y poderoso porque “se supone que los revolucionarios de izquierda deben tenerlo.”

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