Vaporub

Jueves, 5 de enero de 2011

En su última columna, Colette Capriles reflexiona sobre el país:

No hemos dejado de ser estructuralmente frívolos. Esto es: seguimos tomado el espectáculo por la realidad. Porque la realidad de todos los días nos obliga; nos exige. Sobre todo nos impone decisiones y responsabilidades, porque implica hacerse un juicio fundamentado sobre ella.

Y pensar, lo que se dice pensar (y hacerse responsable del juicio que uno hace, y actuar en consecuencia), no es algo a lo que nos hayamos acostumbrado mucho.

Se puede teorizar: la modernización apresurada, violenta casi, que nos transformó en dos generaciones, terminó siendo un fenómeno de utilería. Una materialidad moderna que no llegó a arrastrar consigo los hábitos de la sociedad tribal, desarraigándonos, sin embargo, del mundo que dio origen a ésta. Nuestra experiencia del mundo colectivo con apariencia moderna se volvió, pues, superficial. Frívola, lejana y “détachée”.

Y nos empezamos a desconocer a nosotros mismos. Una pregunta angustiosa se repetía, sin que las respuestas académicas, literarias, artísticas o del sentido común pudieran colmarla: ¿cómo somos? ¿Por qué somos así? La pregunta misma es el síntoma.

Entender esta reflexión es como ver humo en un parque y tratar de asirlo con el puño. Busca abarcar mucho, pero al final no dice casi nada. Parece sofisticada, pero si uno lee con cuidado es gaseosa, vaga, a ratos totalmente incomprensible.

Estos párrafos son tan vaporosos que, si me dicen que es un autor norteamericano reflexionando sobre los excesos de la sociedad de consumo, me lo creería. Aunque seguiría pensando que es nadería intelectual.

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