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Miércoles, 20 de marzo de 2013

María Corina Machado ha estado resaltando con razón el silencio de la comunidad internacional ante lo que está ocurriendo en Venezuela.

No sólo es el silencio ante la sentencia inconstitucional del 8 de marzo, que le permitió a Nicolás Maduro competir desde la presidencia. También son los militares alineándose políticamente con mayor desfachatez que antes. Rafael Ramírez diciendo que los trabajadores de PDVSA estarán activados en la campaña para elegir a Maduro. La selectiva intimidación judicial a Henri Falcón, Leopoldo López, Richard Mardo y otros. El cierre del aeropuerto de La Grita para impedirle a Capriles llegar a un acto público. Y el ministro de Turismo, como Joe McCarthy, ordenando a una cadena estatal de hoteles no permitir presentaciones de comediantes de oposición.

¿Y la comunidad internacional? ¿Y la OEA? Callada como callaba cuando Chávez hacía cosas similares. La diferencia es que ahora el gobierno, que no ha sido elegido por nadie, es más vulnerable a la presión. Pero nadie fuera de Venezuela ha lanzado una crítica. Al contrario, lo que en otros países sería visto como inaceptable es visto como normal en nuestro país.

¿Se debe esto a la usual indiferencia y la petrodiplomacia? ¿A que los gobernantes, calculando que Maduro tiene un buen chance de ganar, no quieren ponerse en las malas con Venezuela? Sí, pero también que la muerte de Chávez levantó una humareda de solidaridad que el gobierno ha aprovechado para abusar y actuar sin miedo a repercusiones internacionales de ningún tipo.

Y, en ese cálculo, no se han equivocado. Los países del hemisferio parecen resignados a coexistir seis años más con el chavismo.

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