Hombre todo espalda

Jueves, 28 de octubre de 2010

Rafael Ramos de la Rosa

Como ya todo el mundo sabe, un funcionario venezolano fue acusado en Miami de extorsionar por $1.5 millones a Tomás Andrés Vásquez Estrella, propietario de una firma bursátil intervenida por el gobierno de Chávez.

Rafael Ramos de la Rosa, funcionario de la Comisión Nacional de Valores (CNV), exigió el pago del soborno en Miami no sólo para él sino para su jefe, el director de la entidad, Tomás Sánchez Mejías (que hizo su nombre con el caso Econoinvest).

A cambio del soborno, los funcionarios se comprometían a elaborar un reporte favorable a la firma; si el sobornado no cumplía con el pago, liquidarían la compañía y formularían cargos criminales contra él.

El mecanismo, pues, no podía ser más perverso. En primer lugar, denuncia por actos irregulares. En segundo lugar, intervención ilegal de la firma bursátil. En tercer lugar, extorsión no a cambio de lo robado, sino de no liquidar la firma y de no presentar cargos criminales contra el dueño.

¿Cómo salió todo esto a la luz?

Pues Vásquez (el extorsionado) denunció a Ramos (el extorsionador) ante las autoridades estadounidenses y el FBI grabó las conversaciones entre Vásquez y Ramos.

En una de estas conversaciones Ramos (el extorsionador) comenta que Hugo Chávez “está acabando con el país, ese es su objetivo y lo está cumpliendo.”

A pesar de estar haciendo millones sobornando gracias a la demolición institucional dirigida por Chávez, Ramos lamenta que la revolución socialista esté acabando con Venezuela.

¿Cómo explicar este cinismo sideral?

La filosofía de Ramos es simple. El mundo es una porquería, lleno de bandidos, canallas, rufianes y basuras de todo prontuario y condición. La vida, pues, es un charco de mugre, y la mejor (o más pragmática) manera de vivir es lanzarse en ese charco y chapotear en el barro. Es decir: o uno se lanza al charco y se embadurna de mugre para surgir; o uno se resigna a residir en los grises márgenes de la vida, acompañado de pendejos y don nadies que cobijan su fracaso bajo el manto de supuestos “valores” y “principios.”

Sólo pensar que alguien puede ver la vida en estos términos deja un sabor a ceniza en la boca.

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