En defensa de los malos modales

Viernes, 2 de marzo de 2012

Desde hace tiempo sigo las fieras batallas de los miembros más conspicuos de la blogósfera económica anglosajona. Lo hice un tiempo con algo de culpa, debo decir, porque no siendo los temas económicos mi especialidad, sentía a veces que perdía demasiado tiempo sumido en debates que no comprendo del todo y que atomizan mis energías y me desvían de mis principales intereses.

Pero ahora, más que culpa, siento envidia cada vez que reviso estos blogs. Porque el intenso y a veces grosero cruce de ideas, la pasión por el debate y el argumento, la extrema suspicacia y casi irrespeto al concepto de autoridad (o el arrogante encumbramiento de la razón sobre las credenciales), y la subordinación de los participantes a los más elevados estándares del debate racional, representan para mí un modelo a seguir; algo a lo que todos los demás foros, páginas de opinión y blogósferas deberían aspirar.

Hace dos meses The Economist hizo una lista de los beneficios concretos de tener un debate tan dinámico a través de Internet. Pero yo añadiría otro factor no mencionado por la revista: la diversión. Además de aprender sobre economía y somatizar el espíritu inconforme e inconoclasta que rezuma de estas belicosas discusiones, yo me divierto terriblemente con las refriegas casi callejeras de Paul Krugman, Brad DeLong, John Cochrane, Tyler Cowen y muchos otros economistas que, aunque saben mucho de economía, no tienen la más mínima de idea de qué son los buenos modales.

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