El Regalo de Pandora

Viernes, 3 de junio de 2011

¿Por qué todos hemos fantaseado con tener un affaire con la hermana mayor de un buen amigo? ¿O las mujeres fantasean con su profesor de gimnasia o el papá de su vecina? ¿Por qué algunos hombres y mujeres disfrutan el sexo en lugares públicos? ¿Por qué el amante tiene poderosas ventajas sobre el esposo o la esposa y por qué Vladimir Nabokov logró que “Lolita” se convirtiera en un adjetivo?

Porque, como han dicho y demostrado tantos artistas y pensadores (George Bataille, Ingres y Luis Buñuel entre ellos), el erotismo requiere de la preservación de ciertas reglas y tabúes que frenen, limiten o embriden el instinto sexual, intensificando de ese modo nuestros deseos. Porque el deseo, cuando no tiene barreras ni límites, se empaña y empobrece, diluyéndose en la opacidad del mero ejercicio físico y la rutina. Porque el placer sexual se enriquece enormemente con la transgresión y la transgresión sólo puede existir en un mundo donde hay reglas, costumbres, principios y tabúes que transgredir.

Por eso la mamá de nuestro amigo nos inspira a fantasear como no lo hace la prostituta accesible de la esquina, así sean igual de simpáticas y atractivas. Por eso algunos gozan tanto metiéndose con la colega en el clóset de limpieza de la oficina y por eso estremece tanto ver a la recta y honesta Madame Marie de Tourvel cediendo ante sus deseos y rindiéndose ante el virtuosismo seductor de Valmont en la película Dangerous Liaisons, basada en la pésima novela francesa del mismo nombre.

La transgresión, pues, es un poderoso aliado del erotismo.

En uno de los cuentos de El Regalo de Pandora, el venezolano Héctor Torres ilustra este principio universal.

La trama de “El alimento de los mirmidones” (título que despista) es bastante simple: Un hombre conoce a una mujer casada en el bus, logra que ella lo invite a un café en su apartamento, donde él luego la besa. El relato no sería muy especial si no fuera porque, cuando el hombre está desnudando a la mujer, el narrador deja caer este dato:

Apenas llegamos a la habitación iba a comenzar a desnudarla cuando ella, sujetando por un instante mis muñecas, pareció experimentar un momento de duda, pero luego las soltó y ella misma se quitó el pantalón y lo dejó a un lado de la cama. Luego cerró los ojos para entregarme la humedad de un beso largo y ligeramente triste. Cuando le quite la blusa, me sorprendió una incipiente curvatura en su abdomen que no correspondía con la general delgadez de su cuerpo…Cinco meses, me precisaría un par de horas después, conversando ya vestidos y sosegados como si nunca nos hubiésemos ausentado de la sala.

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