Domingo, 6 de mayo de 2012
Boris Muñoz se la pasa persiguiendo y entrevistando escritores, como una especie de paparazzo ilustrado. Y, aunque no siempre coincido con sus opiniones, siempre leo y disfruto sus crónicas.
La última que escribió es sobre una conferencia de Ian McEwan, donde el talentoso novelista británico habla sobre la importancia de los detalles como herramienta para hacer verosimil la ficción (corté alguna partes):
McEwan comenzó citando al sabio Arquímedes de Siracusa…autor de la cuadratura de la parábola y quien estableció…los fundamentos de la hidráulica y los principios de la palanca. “Dadme un lugar donde apoyarme y moveré el mundo”.
A partir de la máxima de Arquímedes, McEwan discurrió sobre los apoyos y las palancas de las que se vale el escritor para construir sus mundos ficticios. Pero ese análisis lo hizo del modo menos previsible y quizás más encantador: describiendo los errores y faltas al realismo que él mismo ha cometido en sus novelas y reflexionando sobre lo que le han enseñado.
Por ejemplo, en un pasaje de la novela The Confort of Strangers, el protagonista se asoma al cielo de una noche de verano en una pequeña ciudad en el sur de Europa y contempla el cinturón de Orión…Años después de publicada…McEwan recibió la carta de una astrónoma que…lo reconvenía porque la situación descrita era astronómicamente imposible: la constelación no se puede divisar en el hemisferio norte en esa época del año…
McEwan piensa que la novela se caracteriza por un cruce constate de la imaginación a la realidad. En otra carta un lector lo increpa porque en un pasaje sobre la II Guerra Mundial de la novela Atonment pone a los soldados británicos a usar una expresión propia del inglés estadounidense y, además, coloca mal el nombre de un tipo particular de cañones usados en aquella época. La reflexión que le despiertan estos regaños es que el éxito o fracaso del realismo y la verosimilitud en una ficción depende en gran medida de la solidez de los detalles.
El problema es que, en su obsesión por los detalles como mecanismo para “apalancar” sus ficciones, McEwan a veces logra el efecto contrario al que busca. Este error es flagrante en su novela Saturday, cuyo protagonista, Henry Perowne, es un exitoso cirujano. Articularía yo la crítica, pero ya lo ha hecho perfectamente James Wood:
Reading McEwan, there are times when one feels that the extreme narrative order — his clean joins and hinges — have been purchased at too high a cost to credibility, and sometimes even to animation and free life. Perowne is convincingly rendered in all his literalism and bland scientific ardor; but McEwan overdoes the extent to which his entire life seems to be saturated by medical language and know-how. Pushkin famously complained that Byron’s conspirators even ordered a drink conspiratorially, and Proust wisely observed the “lack (or seeming lack) of participation by a person’s soul in the virtue of which he or she is the agent.” Proust goes on to say that whenever he has come across, in convents for instance, truly saintly people, they have always had the “cheerful, practical, brusque and unemotioned air of a busy surgeon.” McEwan’s doctor is too completely medical.
With Proustian complexity, Perowne should be more nun-like and less surgical. He watches a drug addict scratching herself and sees “amphetamine-driven formication…. Or an exogenous opioid-induced histamine reaction, common among new users.” He sees that Baxter’s convulsive temper is typical of his disease, and “suggestive of reduced levels of GABA among the appropriate binding sites on striatal neurons.” Perowne’s tendency to supply medical terminology whenever possible violates the delicacy — finely achieved elsewhere in the book — of McEwan’s free indirect style, for if Perowne were thinking to himself, why would he need to remind himself so often of what he already knows anyway?
Siendo McEwan un novelista tan talentoso, este error -un típico caso de no ver el bosque por estar enfocado en las hojas de los árboles- es lamentable. Uno puede imaginarse al diligente y estudioso McEwan sumido durante semanas en libros médicos recolectando información para apalancar sus ficciones. Pero en este proceso olvidó la observación de Proust sobre los conventos, sacrificando la verosimilitud que precisamente buscaba reforzar con la solidez de sus detalles.
El problemas de McEwan no es su admiración por Arquímedes de Siracusa, porque los detalles claro que sirven para apalancar las ficciones. Su problema es que -parafraseando y modificando a Pushkin- olvidó que los cirujanos no piden cervezas en los bares con lenguaje médico.
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