Arrimando el límite de lo aceptable

Martes, 3 de julio de 2012

Aprovechando el recién divulgado video de Maduro reunido con militares paraguayos, al parecer incitándolos a rebelarse, quiero seguir martillando un punto importante.

Imaginemos que en 2009 a Álvaro Uribe, el entonces presidente de Colombia, lo hubiese destituido el Congreso a través de una proceso constitucional que, a pesar de no violar la ley, hubiese sido poco democrático por falta de debido proceso.

Imaginemos que luego surgen pruebas y videos de Hillary Clinton conspirando con los militares colombianos para atizar una rebelión y devolver a Uribe al poder.

¿Cómo hubiese reaccionado la región?

El Alba seguramente hubiese aplaudido al Congreso colombiano por la destitución de Uribe y luego puesto el grito en el cielo por la intervención de Estados Unidos.

Brasil, México y Argentina quizá no hubiesen celebrado la destitución, pero tampoco hubiesen protestado. Y seguramente hubiesen condenado la intervención estadounidense.

Países moderados como Chile y Costa Rica también hubiesen criticado a Estados Unidos.

¿Por qué entonces nadie critica ahora a Venezuela por la intervención en Paraguay?

Parte de la respuesta es una combinación de la sospecha y desconfianza que Estados Unidos inspira en la región, y pura y simple lealtad tribal ideológica.

Pero también hay otro factor que explica porqué países que están plenamente conscientes del doble estándar, y que bajo otras circunstancias probablemente lo repudiarían (México, Colombia, Chile), prefieren ahora no decir nada.

Algunos llevan tiempo diciendo que la razón es el temor a quintas columnas. Buscarse problemas con Chávez conlleva el riesgo de que el gobierno venezolano financie con petrodólares a fuerzas clandestinas en otros países.

¿Para qué, se preguntará Piñera o hasta hace poco Calderón, me voy a buscar una pelea con Chávez? ¿Para que les envíe maletas llenas de dólares a elementos radicales y desestabilizadores dentro de mi país? ¿Para ser escogido como blanco de su maquinaria propagandística continental? ¿No es mejor ignorar su discurso y acciones hipócritas y así ahorrarme un dolor de cabeza, considerado que ya tengo demasiados?

Más aún, ¿qué voy a ganar si levanto la voz, si nadie más está dispuesto a hacerlo? ¿Quedarme solo? ¿Ser visto como el pitiyanqui de la región porque sólo EEUU apoya públicamente mi posición?

Naturalmente, la decisión es no pelear con Venezuela.

El problema es que, si todo el mundo piensa así, el terreno queda libre para que Chávez avance; para que sienta que tiene espacio para incluso incitar a una rebelión militar en otro país. Y, como todo bully, Chávez es incapaz de imponerse límites. Si tiene el espacio, él sigue avanzando hasta convertir la defensa regional de la democracia en una farsa.

Chávez se beneficia enormemente de ser un bully en una región donde ninguno de sus adversarios lo es.

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