Ríodoce y Javier Valdez

Martes, 27 de septiembre de 2011

Hace un par de años, leyendo un reportaje de Alma Guillermoprieto en The New Yorker, me crucé con el nombre de Javier Valdez, a quien la periodista se refería como un reportero de un “local scrappy newspaper” que sabía mucho del narcotráfico en Sinaloa.

Lo busqué en Internet y enseguida lo contacté porque estaba trabajando en un reportaje sobre México. Esa conversación, al igual que las muchas que hemos tenido desde entonces, fue iluminadora.

Más allá de los datos y cifras mil veces repetidas sobre el crimen organizado en México, Valdez es capaz de contarte la historia privada del narcotráfico en Sinaloa: cómo ha cambiado a sus amigos (“muy pocos no están de alguna manera vinculados al narco”), como ha transformado los valores, cómo ha alterado hábitos y costumbres y creado una narcocultura, cómo ha afectado al periodismo (“en el diario publicamos sólo el 60 por ciento de lo que sabemos”), cómo la corrupción ha penetrado hasta los árboles, y como en Sinaloa el narco es una “forma de vida”:

Vivimos en una ciudad en donde todos los caminos conducen al narco. Yo podría escribir sobre agricultura, y ahí está el narco; o sobre los table dance, y ahí está el narco; o sobre los centros comerciales o la venta de vehículos usados o nuevos, y está el narco. Aquí el narco no es un fenómeno policíaco, es una forma de vida.

El diario donde trabaja Javier, Ríodoce, se acaba de ganar el presitigioso premio Maria Moors Cabot a la excelencia periodística de la Universidad de Columbia.

A continuación los dejo con un reportaje de Mirtha Rivero sobre Ríodoce:

En noroeste de México, en el estado de Sinaloa, el río número doce no es de agua, es de papel o de tinta, si se quiere. La frase no es mía, se la leí hará dos años al periodista Alejandro Almazán, pero acaso tampoco sea de él sino de quien le “regaló” el nombre a cinco periodistas –cinco batos- que andaban buscando cómo llamar el periódico que acababan de fundar.

-Y se quedó Ríodoce –dice Alejandro Sicairos, subdirector del semanario-, porque en Sinaloa hay once ríos, y el nuestro sería el doce: el río de la información, de la libertad. Además, decíamos: igual están corriendo ríos de sangre por el estado.

Un día de septiembre del año 2002, adelantándose a un movimiento de personal que amenazaba con sacar a Ismael Bojórquez de la jefatura de información del periódico Noroeste, cuatro colegas se solidarizaron con él y antes de que los echaran, desertaron en bloque. Esa misma noche, bajo la luz mortecina de una cantina en Culiacán, agobiados por un calor que superaba los treinta grados, Javier Valdez, Cayetano Osuna, Francisco Sarabia, junto con Sicairos y Bojórquez decidieron que, pese a todo, seguirían haciendo lo único que sabían y les gustaba hacer: periodismo.

A los dos meses ya habían registrado una empresa ante un notario e iniciado una batida en busca de financiamiento para el semanario que saldría los domingos. Presentaron el proyecto en reuniones que montaron en Culiacán, Mazatlán, Los Mochis y Guasave con empresarios, universitarios, intelectuales y amigos. Todo el que quisiera invertir era bienvenido, siempre y cuando cumpliera con la condición de ser gente proba, porque “aquí se da mucho el dinero oscuro”, dicen casi en coro.

-Lo más sencillo para nosotros era una empresa editorial –cuenta Bojórquez, hoy director de Ríodoce-. Teníamos experiencia, una línea de trabajo que más o menos coincidía, relaciones con el poder y con las fuentes, y una trayectoria. El problema era cómo sostenerla. Desde un principio definimos que no podríamos si no había debajo un proyecto empresarial, y como no teníamos ni cinco pesos, lo que se nos ocurrió fue aprovechar las experiencias que se habían dado en otros lados de crear una empresa y emitir acciones.

-Ismael decía –recuerda Valdez- que íbamos a juntar dos millones de pesos con la emisión de acciones… ¡loco, el cabrón!

En realidad recabaron 250.000 pesos (unos 25.000 dólares) que garantizaban la impresión y los gastos de distribución de cinco números. Más nada. Ni sueldo tenían. Y así arrancaron, porque lo que les faltaba en capital les sobraba en osadía y temeridad. La primera semana emitieron 10.000 ejemplares, y los regalaron. Luego, 8.000, y también los regalaron. Cuando vieron que el semanario había calado, comenzaron a cobrar. Lo regalaban en una esquina, pero lo vendían en otra y así fueron evolucionando hasta abrir puntos de venta en supermercados, tiendas de autoservicio, cadenas de farmacia… Y poco a poco, la gente volteaba a ver las tapas cada vez más atrevidas del periódico.

-Hubo un reportaje que se publicó en el año 2004 que marcó un antes y un después en Ríodoce –comenta orgulloso Bojórquez-. Se llamó “Las casitas de Chu Toño”, y trataba de un problema de corrupción del director de la policía ministerial: una serie de propiedades que había comprado el funcionario en un período muy breve. Y es que aquí ¡nadie se metía con el jefe de la policía!… Nosotros tomamos fotos de las casas, fuimos al registro público, sacamos las propiedades, las compras y lo publicamos. A partir de eso ¡pum!, nos fuimos para arriba. Ese reportaje nos sirvió para darnos a conocer muy bien. El Debate, que es un periódico que circula en todo el estado, nos pidió autorización para reproducirlo completo, con nuestro crédito. Llegó a Los Mochis, Guasave… Y empezamos a vender más. Tiendas de abarrotes que vendían dos periódicos, empezaron a vender cinco; y las que vendían cinco, comenzaron a vender diez, y de ahí nos fuimos.

Hoy en día emiten 6.500 ejemplares semanales de 36 páginas y no tienen una sola devolución. Es más: 42% de sus ingresos proviene de la circulación. Aún no tienen garantizados recursos para salir un año entero, apenas para el número siguiente, y los accionistas no ven ganancias, pero el periódico no tiene deudas y los periodistas por lo menos tienen salario decente. “Todo lo que entra, sale”. Con una estructura que no pasa de diez periodistas –cuatro de los fundadores, Martín Durán, el reportero de planta y cinco free lancers-, un contador, un jefe de distribución, dos asistentes y un pequeño grupo de subcontratados han logrado bandearse, y al mismo tiempo hacer un periodismo que la Universidad de Columbia, en Nueva York, Estados Unidos, ha destacado como excepcional, que “desafía la muerte”.

El narcotráfico como tema

El primer número de Ríodoce salió publicado el 3 de febrero de 2003. Desde entonces, de los cinco fundadores solo Francisco Sarabia se vio forzado a abandonar el barco presionado por la angustia económica. Y es que no era –no es- fácil ser jefe de familia con un sueldo de mil pesos a la quincena.

Los primeros dos años, aseguran, resistieron el acoso del gobernador de entonces, que les alejaba accionistas y publicidad: a quien anunciara en el semanario le negaban recursos de la gobernación para sus empresas o proyectos. Pero en Ríodoce no se rajaron: de mengua no los iban a matar, porque todos ya sabían lo que era pasar hambre. Bajaron aún más los gastos, y sobrevivieron. Por orgullo, dijeron, saldrían así fuera en una hoja doblada. Pero nunca llegaron a bajar de 16 páginas y continuaron con la línea editorial crítica y sin ataduras partidistas que se habían impuesto.

-Cuando empezamos –cuenta Bojórquez- no concebíamos un periódico que tratara, como ahora, el tema del narcotráfico. Nuestros temas eran sociales, de corrupción, derechos humanos y política, mucha política. Pero poco a poco nos fuimos desviando hacia el tema del narcotráfico porque, voy a ser sincero, supimos que el tema vendía.

Un día sacaron un tema de portada –“La hora del Mayo”- en donde se concluía que a raíz de la muerte de Ramón Arellano Félix y las capturas de Osiel Cárdenas y Benjamín Arellano Félix, todo apuntaba a que Ismael, “el Mayo”, Zambada estaba en el camino de convertirse en líder del narcotráfico mexicano. Pues, esa edición no sólo se agotó en un santiamén sino que semanas después la seguían demandando.

-A partir de ahí nos dimos cuenta de que a la gente el tema del narco le llamaba, y no fue difícil comprender por qué… Porque Culiacán es ¡la pinche cuna!

-Vivimos en una ciudad –apunta Valdez-, en donde todos los caminos conducen al narco. Yo podría escribir sobre agricultura, y ahí está el narco; o sobre los table dance, y ahí está el narco; o sobre los centros comerciales o la venta de vehículos usados o nuevos, y está el narco. Aquí el narco no es un fenómeno policíaco, es una forma de vida.

Una vez que entienden que el tema “vende”, el siguiente paso fue sentarse a discutir cómo abordarlo. Sobre todo cómo ir más allá del esquema que se limita a reseñar los caídos –contar los muertos- intentando, a la vez, minimizar la exposición o controlar los daños.

-Estamos conscientes de que hemos ido mucho más allá de lo que hacen los diarios –señala Bojórquez-. Por ejemplo, acabamos de mandar un reportero a Chicago para cubrir el caso de Vicente Zambada –el Vicentillo-, porque pensamos que este asunto puede exponer públicamente cómo Estados Unidos, la DEA, el Departamento de Justicia y los jueces, juegan con los capos al gato y al ratón: los agarran, los sueltan, les quitan propiedades, los encierran… Es exactamente eso. Y hacemos el seguimiento en la corte, no solo porque el muchacho es de Sinaloa sino porque pensamos que ese juicio va a ser emblemático en la relación de la justicia norteamericana con el narcotráfico en México. Es un tema que debería tener más atención en los medios nacionales, pero no lo tiene. Y así como tratamos eso, tratamos otros casos, pero tenemos que ser cuidadosos. Intentamos no cruzar ciertas líneas… lo que pasa es que las líneas son muy delgadas, igual no las puedes ver. Y a veces no estamos tan seguros… A veces nos parece que podemos excedernos. Nosotros siempre hemos tenido miedo. Siempre. Prácticamente desde que empezamos a tratar el tema del narco, porque sientes las cosas, y sabemos que hay cosas que no se pueden decir por más que se quiera. No se puede. Estamos trabajando bajo una amenaza permanente.

Por eso es mucha la información que se guardan, y la que publican sigue una especie de protocolo: equilibrio; comprobación y confirmación de hechos; pruebas; veracidad; detectar –por instinto e inteligencia- los puntos que podrían colocarlos en situación comprometida; y al detectarlos, moderar el tratamiento porque –coinciden- son periodistas, no mártires. Llegan hasta el límite máximo que lo permitan las circunstancias. Informar lo más que se pueda, pero sin poner en peligro ni la vida de Ríodoce ni la de ellos mismos que son Ríodoce.

-El morbo por la nota roja siempre ha existido –explica Sicairos-. Pero nosotros queremos desentrañar qué es lo que está pasando, qué es el narcotráfico como fenómeno social, por qué la sociedad se está involucrando a través de compadrazgos, de parentescos, por qué el Presidente no se ha metido de lleno a Sinaloa si aquí hay cárteles que prácticamente están intactos. Nosotros estamos aportando información que no traen otros medios, y que es de alto riesgo… Pero es que el periodismo en Sinaloa es de alto riesgo: hace unas semanas asesinaron a un periodista, Humberto Millán, y él no manejaba el tema de la seguridad pública, su tema era el de la política, nada más.

-¿Y cómo vivieron la muerte de este periodista?

-Cuando hay la muerte de un periodista –sigue Sicairos- vemos que nos pasa a nosotros. Sientes como que te pasa una bala rozando: que si me hubiera movido un tantito, me hubiera tocado… Y apretamos el cuerpo…

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