Martes, 23 de marzo de 2010
Lo que acaba de ocurrir con Oswaldo Álvarez Paz, detenido por el servicio de inteligencia venezolano por expresar que el país se ha convertido en un centro de operaciones que facilita las actividades del narcotráfico, es un muestra de la podredumbre moral, la brutal arbitrariedad, y la cobardía sin fondo que caracteriza a esta gavilla de gángsteres sietecueros que gobierna Venezuela.
Hay que tener un temple de hielo para no sentir la sangre hirviendo de rabia e indignación. Hay que ser simplemente inhumano para no desfogar la rabia con las más locas fantasías de venganza.
Por eso mis respetos a Álvarez Paz, que, en vez de ponerse violento o de llorar (como lo hizo Hugo Chávez cuando lo arrestaron el 11 de abril), ha encarado con serenidad y un frío coraje esta hora aciaga que atraviesan él y su familia.
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