Domingo, 17 de marzo de 2013
Alberto Barrera es un tremebundo escritor, además de ser el autor de uno de los más penetrantes libros sobre Chávez. Hoy en El Nacional describe muy bien lo que está ocurriendo en Venezuela:
La experiencia de ciudadanía está cada vez más arrinconada. Al Estado eclesial no le interesa el discernimiento cívico sino la devoción. Tanto que cualquier mínima duda sobre la divinidad de Chávez es ahora considerada, de manera instantánea, una ofensa, un sacrilegio. No se lo ocurra a usted sacar a pasear una inquietud. No se arriesgue. No pregunte. El Gobierno, desde muy temprano, ha impuesto sobre la muerte del presidente una condición de obligatoriedad religiosa. En el fondo, más que un duelo, estamos en la construcción de una idolatría. La nueva misión del PSUV es perseguir herejes.
Se trata de una diferencia importante. Una cosa es el respeto ante la muerte, ante el dolor, ante la figura del presidente, y otra cosa muy distinta es creer, aceptar y promover a Hugo Chávez, con su difícil enfermedad y su fallecimiento, como un sacramento celestial, como una nueva deidad a la que todos los venezolanos tenemos el deber de venerar ciegamente. El oficialismo está empeñado en mezclar estos dos ámbitos. El Gobierno confunde respeto con sometimiento. Pretende que la popularidad de Chávez se convierta en un instrumento de control, incluso de censura. Si no lo aceptas como redentor, nos ofendes y te conviertes en un miserable apóstata.
He estado pensando que la muerte de Chávez abrió un espacio que el alto mando de la Fuerza Armada ha aprovechado para, por fin, fundir totalmente sus palabras con sus convicciones. Desde hace tiempo sabemos que, en efecto, son chavistas. Pero la muerte de Chávez les ha permitido salir del clóset y declarar ante el mundo lo que son, con obscena desfachatez.
Pero Barrera lo describe mejor. Con la muerte de Chávez ahora tenemos algo parecido a un Estado eclesial y, como en cualquier religión, cualquier cuestionamiento a la divinidad es considerada un sacrilegio. Para un militar apegarse en este momento a la Constitución es simplemente un acto que choca con el respeto al presidente muerto. Y el gobierno, como dice Barrera, ha confundido con suma destreza el respeto que merece cualquier fallecido con la aceptación y promoción de Hugo Chávez como el nuevo Dios de un Estado que se rige más por la devoción religiosa que por el orden legal, razón por la cual la ley que exige la despolitización de la FAN está siendo tan descaradamente ignorada, de una manera más desembarazada que antes.
Quien se digne a criticar lo que hace la Fuerza Armada (incluyendo los propios militares) puede ser señalado como una persona insensible ante el dolor ajeno y un hereje que irrespeta a la nueva deidad, dos cosas diferentes que el gobierno ha fundido en una sola.
Y esa mezcla de conceptos es precisamente el espacio que los altos mandos militares han aprovechado para salir del clóset.
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