Domingo, 24 de febrero de 2012
El título de “El olvido que seremos,” poema atribuido a Borges que dio nombre a la gran novela de Héctor Abad, captura la esencia de los versos: la distancia que hay entre la importancia que de una manera natural e inconsciente todos asignamos a nuestra propia vida y su insignificancia real.
No soy el insensato que se aferra
al mágico sonido de su nombre;
pienso con esperanza en aquel hombre
que no sabrá que fui sobre la tierra.
Bajo el indiferente azul del cielo
esta meditación es un consuelo.
Una de la escenas más poderosas de The Wire me recordó este poema. A Omar Little, uno de los personajes más fascinantes de la serie, lo asesina un niño casi al final de la última temporada. En el momento que lo matan ya el espectador lleva varios años (ficticios) acompañándolo, casi 60 horas de ficción.
En la última escena del episodio un trabajador de la morgue abre la bolsa de su cadáver, ve la etiqueta con el nombre, la cierra y luego abre otra bolsa con otro cadáver de un hombre blanco. En ese momento se da cuenta de que alguien confundió las etiquetas y repara el entuerto cambiando la etiquetas y poniéndolas donde deben ir.
Bien, este es el tipo de momento en el que David Simon, Ed Burns y los otros guionistas de esta espléndida ficción demuestran que son algo más simples documentalistas de la realidad social de Baltimore.
¿Qué quiere asomar Simon con esta escena? El tema de “El olvido que seremos” o esa insignificancia real o ese carácter tristemente efímero que tiene cada vida. Pero ¿por qué no deja entonces las etiquetas en los cuerpos equivocados? Fundamentalmente porque no necesita llegar hasta ese punto. Lo único que necesita hacer es asomar la idea, introducirla en la mente del televidente, decirle esto ha podido pasar. Es decir, dejando las etiquetas en los cuerpos equivocados Simon corría el riesgo innecesario de que se notara el artificio; de que sus objetivos como artista fueran demasiado transparentes, afectando la verosimilitud de la escena.
Segundo punto. Hay algo increíblemente pedestre en este intercambio de etiquetas. Lo que hace el trabajador de la morgue es algo sumamente rutinario o, como diría Borges, “invisible de lo habitual.” Es el tipo de cosas que el trabajador seguramente olvidó a los dos minutos porque no conoce a Omar; el tipo de cosas nos ocurren todos los días y de inmediato se esfuman de nuestra memoria. Y esta acción tan pedestre es lo que hace ver al televidente esta gran verdad sobre la vida.
Parte del poder de la escena proviene de esta hermosa contraposición.
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