Martes, 22 de diciembre de 2009
Hace unas semanas me crucé con una nota de prensa que cita a Vladia Rubio, escritora de Granma, el desaguadero oficial del régimen cubano:
“[Si los blogueros] tienen como único fin de sus actos el derrocamiento de su adversario, la toma del poder, si existe una intención expresa de subversión, entonces hablamos de confrontación y del derecho de la Revolución a defenderse.”
El mensaje que se embosca en esta oración es muy claro. La mera expresión de ideas críticas a la revolución equivale a un acto para desestabilizar o tumbar al gobierno. No se puede criticar a la revolución sin ser un subversivo cuya ambición es derrocar a los hermanos Castro.
¿Tiene razón Rubio? Su idea podrá ser una manifestación de barbarie, pero eso no quiere decir que es errada. Porque el debate racional y el totalitarismo son fuerzas contrarias que no pueden plácidamente coexistir. Mientras más libertad de expresión haya en Cuba (y más espacio haya para que los argumentos racionales ganen terreno), menos posibilidad de supervivencia tendrá la elite gobernante. La dictadura cubana tiene razón en tratar los argumentos como armas de fuego, porque las palabras son poderosas armas capaces de infligir un daño enorme en la coraza de cualquier gobierno autoritario.
Lo que en una democracia sería una grotesca manipulación del lenguaje (decir que un mero argumento es un acto de subversión que busca tumbar a los gobernantes de turno) en una dictadura es una expresión acertada.
Si algo podemos aprender de un Chávez, un Ortega o un Castro, es que no debemos subestimar el poder de la palabra, ni siquiera cuando la tribuna es pequeña.
Feliz navidad y vuelvo en enero.
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