Miércoles, 7 de septiembre de 2011
Estamos rodeados, me dice Violeta desde Caracas. Me cuenta que asesinaron al hermano de un amigo común. Sucedió a las siete de la mañana, justo cuando abría la puerta de su casa para irse al trabajo. Parece que le querían quitar el carro. Parece, pues no hay más detalles, solo que eran dos jovencitos los que dispararon. Violeta no aguanta el dolor ni la impunidad, y habla de la estudiante de medicina que asesinaron al terminar su guardia en el hospital de Carabobo. ¿Qué le podían robar a esa muchacha? pregunta. Tampoco soporta el miedo. Ella y su esposo dejaron de salir a cenar. Les da pánico. Se sienten sitiados. Es como una guerra civil, me dice.
Recuerdo lo que hace dos semanas le pasó a una de mis hermanas cuando dos delincuentes –muchachos también- la asaltaron en medio del tráfico. Estaba lloviendo, y con violencia le golpearon el vidrio del carro. ¡El celular!, gritaron, y ella, preparada para estas “contingencias”, apenas entreabrió la ventanilla y le pasó por la rendija un celular viejo que guardaba en un bolso también viejo –de utilería- que carga siempre en el asiento de al lado. Adentro del bolso lleva un monedero con un par de billetes, la tarjeta de una farmacia, un cepillo y tenía además el celular de mentira. Ya la habían robado y estaba preparada, pero no contaba con que uno de los zagaletones se daría cuenta tan rápido del engaño: el muchacho se le plantó desafiante al frente del carro y ella, jugándosela, aceleró y por poco lo atropella. Por el retrovisor vio como la insultaban. Corrió con suerte, porque no estaban armados.
Al día siguiente de la conversación con Violeta, me habla Camila, quien –por cierto- también carga una cartera falsa, para las eventualidades:
-¡Tipa!… Como siempre me entero tarde: hoy es que leí la noticia de la matanza en el casino de Monterrey. ¡Qué impacto!… ¿Y tú, qué tal? Me imagino que te pegó burda.
Camila parecía una carretilla. Después de setenta y dos horas, fue que supo del ataque terrorista que dejó cincuenta y dos muertes en la ciudad en la que vivo. Estaba choqueada.
La calmé. Le dije que sí, fue algo brutal. Horroroso. Un crimen alevoso a plena luz del día. Todo México está conmovido. Pero –aclaré- a esa hora, no solo había llegado a Monterrey un gran contingente de seguridad como refuerzo; y el gobernador había encarado la situación; y el Presidente de la República se había apersonado, sino que –a esas horas, repetí- se sabía quién era el dueño del casino, se habían mostrado videos con imágenes de los implicados, con retratos hablados incluidos. Es más, habían hallado los carros de los malandros y se hablaba de que por una huella en un carro ya se tenía una identificación (al día siguiente, por esa huella, detuvieron a cinco personas). Así que no te preocupes, le comenté; y de inmediato pasamos a hablar de otras angustias: los ataques de ansiedad que a veces le dan a medianoche, parecidos a los de Julia y a los de Luis y a los de un sinfín más, a juzgar por un amigo psiquiatra que no se da abasto en su consulta. Le cuento de Violeta, y de cómo se siente en una guerra civil.
Mi marido, que oía lo que conversaba, interrumpió: no es guerra civil, en una guerra hay dos bandos armados. Lo de allá es como la blitzkrieg que arrasó con Polonia.
Se refería a la invasión alemana que, en 1939, devastó Polonia. Fue tal la superioridad militar de los alemanes que el ejército polaco parecía que no existía. Le pasaron por encima sin darle chance a defenderse. Lo apabullaron.
-En Venezuela, es la blitzkrieg del hampa.
Cortesía del diario 2001.
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