Lunes, 3 de octubre de 2011
Pequeña muestra del libro de Patricia Clarembaux, A ese infierno no vuelvo. Un viaje a las entrañas de las cárceles venezolana (Punto Cero, 2009):
Cuando Juan Marcos -de 18 años de edad, blanco, baja estatura y delgadísimo- ingresó a Yare no conocía a nadie, pero en los tribunales uno de sus compañeros, veterano en el asunto, casi como un ángel, le sugirió que, por su bien, al llegar pidiera ser recluido en las letras de los evangélicos porque ellos lo protegerían. Así hizo….Sus primeros ocho meses en prisión transcurrieron en medio de la tensa tranquilidad de su celda. Dormía, comía, pasaba el tiempo, como cualquiera. Pero el agua corrió y corrió. Después de ese tiempo, ya confiado en que nada podría cambiar, un motín en Yare trajo novedades que, aunque no esperaba, logró superar.
Los cristianos protegían en sus celdas a un refugiado “emproblemado con media vida,” como ellos mismos dicen. Un grupo de presos quería la cabeza de este sujeto y fue a buscarla. Irrumpieron “a tiro limpio en la letra”, reventaron el candado, a golpes desalojaron a los evagélicos de sus espacios en busca del tipo: “¡Quítate pastor, quítate, que no es contigo la vaina!” Pero una pared humana se interpuso entre los bandidos y el hombre. En el forcejeo, la masa cedía por debilidad, pero se recuperaba y aumentaba la distancia entre ambos. Eran pistolas amenazantes y cuchillos recién amolados contra biblias. Y el mal venció. El muro humano cayó. Entre dos tomaron al hombre por ambos brazos. Otro más sacó el cuchillo de cocina y lo deslizó de una yugular a la otra. Una erupción de sangre les manchó la cara a los más cercanos. Habían ganado la batalla.
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