Venezolanos errantes

Domingo, 8 de enero de 2012

Roberto Bolaño

Roberto Bolaño es el que mejor los ha retratado.

Latinoamericanos de clases media que las circunstancias los llevan a migrar de sus países y luego pasan años y quizá décadas de una ciudad a otra, de un país a otro, desempeñando oficios menores
para sobrevivir y absueltos o aliviados del fracaso y la mediocridad por el relativo anonimato del que gozan como inmigrantes.

Hombres cuya existencia transcurre en la periferia, en una suerte de limbo existencial porque nunca terminan de echar raíces donde viven y porque van perdiendo poco a poco los vínculos con los lugares de donde provienen.

Personas que atraviesan parte de la juventud sintiéndose como en medio de una transición, como en una larga espera para que todo vuelva a una normalidad cada vez más elusiva.

Bolaño los llamaba latinoamericanos errantes: “Entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erran por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre es el peor.”

En todos los lugares que he vivido, Washington, Londres, Boston, he conocido a varios venezolanos errantes cuya razón de salida es siempre la misma: “Huir del loco.” Ingenieros, abogados y médicos que se conforman ejerciendo cualquier oficio -mesonero, taxista, cajero- porque en Venezuela, dicen, “ya no se puede vivir.”

Y, como en los cuentos de Bolaño, hay un trasfondo triste en sus historias de desarraigo. Muchos inmigrantes se mimetizan con la cultura de sus nuevos hogares, integrándose exitosamente a la sociedades adonde les tocó huir. Pero otros -los errantes- son como peces fuera del agua y a uno le da la impresión de que nunca lograrán escapar ese limbo en el que transcurren sus vidas.

 

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