Martes, 23 de agosto de 2010
En La fiesta del chivo, la novela maestra de Vargas Llosa sobre la brutal dictadura de Trujillo, el senador Agustín “Cerebrito” Cabral cae en desgracia con el régimen sin saber el porqué. Obviamente por orden de Trujillo, comienzan a vilipendiarlo en los medios, a sacarlo de comisiones en el Congreso, a quitarle privilegios, etc.
Trujillo hace esto sin razón, sólo porque de vez en cuando le gusta “darles un baño de realidad” a sus colaboradores. Bajarles los humos. Recordarles que sin él no son nada. Que a él le deben su existencia.
En el Capítulo XIII, Cabral, hablando consigo mismo, dice lo siguiente:
Trujillo era magnánimo, cierto. Podía ser cruel cuando el país se lo exigía. Pero, también, generoso, magnífico como ese Petronio de Quo Vadis? al que siempre citaba. En cualquier momento, lo llamaría a Palacio Nacional o a las Estancia Radhames. Tendrían una explicación teatral, de esas que al Jefe le gustaban. Todo se aclararía. Le diría que, para él, Trujillo no sólo había sido el Jefe, el estadista, el fundador de la República, sino un modelo humano, un padre. La pesadilla habría terminado. Su vida anterior se reactualizaría, como por arte de magia.
No hay que subestimar lo extremos de sinrazón a los cuales la gente está dispuesta a llegar para justificar su posición.
Esta frase no se debe olvidar cuando uno analiza a la gente que rodea a líderes autoritarios. La lógica es muy simple: a poca gente le gusta autodefinirse como cobarde y sumiso. Por eso Agustín Cabral justifica la crueldad de Trujillo (diciendo que a veces la situación del país lo exige), y por eso disminuye los defectos del dictador e infla sus virtudes. Esto le permite camuflar su cobardía y sumisión -ante los demás y ante él mismo.
Hace ya un tiempo Hugo Chávez criticó publicamente al editor del diario pro-gobierno Últimas Noticias, Eleazar Díaz Rangel, por un titular que decía “Salud en coma por falta de real.” Por cincuenta minutos Chávez arremetió en televisión contra Díaz Rangel y los dueños del diario por el titular, llamándolos amarillistas, defensores de los intereses de la oligarquía, etc.
Cuestionado sobre el incidente por PBS, Díaz Rangel, defendiendo a Chávez, dijo lo siguiente: “En general a la gente no le gusta la crítica. Es una conducto humana natural. Y como él [Chávez] tiene todo un mundo de crítica en los medios de comunicación, la oposición, etc, seguramente cuando recibe críticas de su lado, así no sea con mala intención, reacciona como si lo dijera la oposición.” (Ver video).
La explicación es patética. El problema no es que Chávez divide al país en dos bandos y todo el que lo critica, así sea de su mismo bando, es automáticamente acusado de estar alineado con los intereses del imperio y la oligarquía. No, esa no es la explicación. Para Díaz Rangel la explicación es que, en el caso de la oposición, las críticas de Chávez siempre son ciertas. Ellos de verdad defienden los intereses del imperio y la oligarquía. Pero, como recibe tantas críticas, Chávez a veces se confunde y atribuye a los chavistas que le hacen críticas de buena fe los defectos de la oposición. (La sonrisita sumisa de Díaz Rangel parece decirnos que este comportamiento es comprensible, humano, quizá hasta justificado).
No sé a ustedes, pero a mi esta explicación me hace recordar a Cerebrito Cabral.