Miércoles, 31 de julio de 2013
El ministro de Interiores de turno denunció un nuevo plan de magnicidio. Y entre los autores intelectuales están -¡sorpresa!- Álvaro Uribe y Luis Posada Carriles. Esta vez, al parecer, Aznar, Noriega y los Poleo estaban ocupados con otras cosas, pero en su lugar participó nada menos que Roberto Micheletti.
Pero el gobierno ha debido actualizar su narrativa porque Micheletti y Zelaya se acaban de aliar contra de Porfirio Lobo en Honduras. Aunque, a decir verdad, el gobierno, creo, ya perdonó a Lobo. ¿O no? Ahora que lo pienso, ¿se olvidó ya el gobierno de Zelaya? Todo es muy confuso. De todas todas, creo que Micheletti ahora está del lado de los buenos.
Hablando en serio, la nueva conspiración no se diferencia mucho de las viejas:
Danilo Anderson: Líderes de la oposición venezolana, paramilitares colombianos y funcionarios de inteligencia norteamericanos se reunen para planificar el magnicidio de Chávez, pero luego, convencidos por Patricia Poleo (¡nada menos!), deciden que quizá lo mejor es comenzar asesinando al fiscal Anderson.
Chávez Abarca: Actuando por órdenes de Posada Carriles (el Dark Vader del universo chavista) y el exilio cubano en Florida, y en alianza con líderes opositores venezolanos como Alejandro Peña Esclusa, este peligroso terrorista aterriza en Caracas con la intención de desestabilizar el país mediante actos terroristas. Afortunadamente, las autoridades logran capturarlo a tiempo.
El golpe de abril de 2002: La oposición, aliada con el imperio yanqui y algunos militares traidores, derroca al presidente Chávez. El plan premeditado fracasa porque el pueblo sale a las calles y salva al presidente.
En todos estos casos el chavismo ha fabricado una historia simple, fácil de digerir, donde los hechos tienen una secuencia coherente (demasiado coherente) y las líneas entre el bien y el mal están claramente definidas. En esto la revolución parece seguir el modelo de los peores culebrones de Hollywood.
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