Memorias del subsuelo

Viernes, 20 de mayo de 2011

Uno de lo grandes aportes de Dostoyevski a la novela es la complejidad psicológica que introdujo a los personajes ficticios.

En un episiodio famoso de Memorias del subsuelo, el narrador, un paria que se enorgullece de su rebeldía y su condición de outcast, tiene un encuentro en la calle con un oficial de caballería. El narrador sin querer le bloquea el paso al oficial, que tiene una apariencia física muy atractiva e imponente. De un modo casual, no muy agresivo, el oficial lo carga y lo aparta de su camino.

El narrador se siente humillado y en las noches sus fantasías de venganza no lo dejan dormir. Sabe que todos los días el oficial toma la misma ruta a la misma hora y comienza a seguirlo, “admirándolo a la distancia.” Una noche decide caminar en la dirección contraria y en el momento del encuentro no desviarse. Chocar con él si era necesario. Pero ni esa noche ni las dos próximas lo logra. Cada vez que lo intenta se desvía a último momento para no chocar con el oficial. Un día por fin lo logra y el oficial y él rozan hombros. Esa noche se devuelve a su casa alegre, cantando de felicidad y sintiendo que por fin se vengó.

A través de este episodio Dostoyevski nos muestra que el extremo orgullo puede estar muy cerca de la extrema humildad (¿cómo no definir como humildad que el narrador sienta esa felicidad con ese mero roce de hombros?) y que el odio puede estar muy cerca de la admiración (¿no es la admiración que el narrador siente por el oficial el carburante principal de su deseo revanchista?; si el oficial fuese enano, feo y rechoncho, ¿habría el narrador perdido el sueño fraguando planes de venganza?).

Dostoyevski ilumina la inevitable imprecisión e ineficacia de algunas palabras y conceptos. Odio y amor, por ejemplo, son vistos normalmente como antónimos, términos polarizados como “blanco” y “negro.” Pero en la vida real la dinámica entre estos dos conceptos es mucho más compleja.

 

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