Sábado, 22 de junio de 2013
En los últimos posts le he estado dando vueltas a algo, básicamente a la idea de que debemos tener cuidado en el análisis de las causas de las protestas, sobre todo en las grandes generalizaciones que muchas veces terminan siendo terribles simplificaciones. Y, también, debemos tomar en cuenta el factor de imprevisibilidad.
Por ejemplo, cuando uno ve las razones que podrían estar causando, o están causando, las protestas en Brasil uno se pregunta porqué demonios no ha habido protestas en Venezuela.
¿Alta inflación? ¿Corrupción? ¿Servicios públicos deficientes? ¿Bajo crecimiento económico? ¿Gasto exagerado en proyectos extravagantes que no traen grandes beneficios al país?
En todos estos asuntos estamos igual o mucho peor que los brasileños.
En Brasil, es cierto, ha habido una expansión de la clase media. Y la clase media, con sus mejores niveles educativos y su mayor poder adquisitivo, ha sido históricamente la propulsora de las protestas.
Al mismo tiempo, y a pesar del estancamiento, Venezuela no es precisamente un país pobre con relación a Brasil. Y la bonanza petrolera ayudó a camuflar la incapacidad del gobierno:
¿Que Brasil, durante la última década, ha sido más exitoso forjando “valores” de clase media? Eso puede ser cierto. Pero, como sugiere Fukuyama, los avances en este sentido, si ultilizamos la definición sociológica de clase media, no son tan impresionantes como los avances en consumo.
Por otro lado, ¿cuál ha sido uno de los peores estallidos de violencia en la historia contemporánea de Venezuela? El Caracazo, en 1989. Y fíjense qué lo precedió: una década de contracción.
Nuestro ingreso per cápita en 1989 era menor al de hoy. No porque el chavismo sea más competente, sino porque ningún país en la historia de América Latina ha recibido una bonanza como la que ha recibido Venezuela durante la última década.
Con el Caracazo, pues, es difícil citar el argumento de crecientes expectativas como resultado de una expansión de la clase media.
En resumen, y como ya dije, mucho quisiéramos que algunos problemas de las ciencias sociales pudieran ser resueltos y explicados como en otras ciencias, con exactitud matemática. Pero hay que resistir el anhelo de precisión, reconocer nuestras limitaciones y movernos dentro del marco de las aproximaciones.
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