Viernes, 11 de febrero de 2010
Eres dueño de un periódico, con una clara línea editorial antichavista.
Pero tu periodico está en crisis. Internet ha destrozado el business model tradicional de la prensa escrita; ya no cuentas con publicidad estatal; y a muchas empresas privadas, que necesitan estar de buenas con el gobierno, no les conviene comprarte espacios publicitarios.
Un gobernador chavista, sin embargo, es muy amigo de Gilberto, tu nuevo socio, con quien compraste el 51 por ciento de un importante diario regional. A través de ese contacto, logras que el gobernador, que ya es uno de tus pocos columnistas chavistas, te compre una cuota importante de espacios publicitarios.
El gobernador no te lo pide, pero en señal de agradecimiento pasas su columna semanal a la segunda página. Cuando te llega una nota de su equipo de prensa, resaltando un programa nuevo o la inauguración de una obra, tu le pides a uno de tus reporteros que escriba una pequeña nota. A veces, después de publicada la nota, ordenas que le manden el link al gobernador.
Resaltar la labor del gobernador no te causa mayor remordimiento (¿o sí?). Después de todo, tu línea editorial sigue siendo claramente antichavista. Nadie puede leer tu diario y decir que el chavismo te ha comprado. Además, ¿no has hecho lo mismo con la oposición? ¿No has favorecido a algunos líderes que también te han comprado espacios publicitarios con el presupuesto del partido?
Sí te sentiste culpable cuando tuviste que ordenar a última hora que no se publicara un reportaje sobre un caso de corrupción. Sentiste remordimiento cuando uno de tus editores renunció, indignado por lo que él percibió como un acto de autocensura. La historia involucraba a un boliburgués que es socio y muy buen amigo del gobernador. Gilberto te llamó tarde en la noche para informarte sobre esa amistad. “Son casi hermanos,” te dijo. “El gobernador no me ha dicho nada, pero ¿pa’ que meternos en problemas, socio?”
En este caso tampoco fuiste amenazado o presionado por el gobernador. Pero te pareció sospechoso el comportamiento de Gilberto. Cuando le mencionaste por primera vez el reportaje, te vio raro, como si le hubieses dado una mala noticia. Luego, en la noche, te llamo muy tarde para informarte sobre la conexión entre el boliburgués y el gobernador. ¿Por qué te había llamado tan tarde? ¿Había hablado Gilberto con el gobernador? Él te dijo que no. Pero, conociendo a Gilberto, podía estar mintiéndote. Unos días después te dijo que el boliburgués del escándalo quería comprar espacios publicitarios en tu periódico. Fúrico, le dijiste que no.
Después de ese incidente tu vida se complicó. Por presión del gobierno, varias empresas dejaron de comprarte espacios de publicidad. Una nacionalización te quitó a tu principal cliente después del gobernador. Comenzaste, además, a desconfiar de Gilberto. Comenzaste a sentir que sus vínculos con el chavismo no eran tan superficiales como tu pensabas.
Un día, ya casi resignado a que ibas a perder el periódico, Gilberto llegó a tu oficina para proponerte un negocio. El trato era muy simple. Entre ambos Gilberto y tu eran dueños del 51 por ciento de ese diario regional que, aunque también con circulación decreciente, era el principal diario de un estado donde la oposición había crecido hasta casi empatar al chavismo. El gobierno quería que le cedieras el control editorial del periódico. No para convertirlo en La Hojilla, sino para sutilmente, sin eliminar las voces opositoras, instaurar una línea editorial ligeramente favorable al gobierno. A cambio el gobernador le aseguraba la publicidad para su periódico, donde podría seguir teniendo la misma línea editorial antichavista.
Si no aceptabas el trato, te informó Gilberto, el gobernador no te compraría más espacios publicitarios y haría todo lo que estaba a su alcance para que nadie más lo hiciera. También encontraría una forma, a través del gobierno, de quitarte tu porcentaje del diario regional.
“El negocio no está mal,” te dijo Gilberto. “El más jodido aquí soy yo. Tu no te vas a rayar porque tu periódico principal seguirá siendo antichavista. Y el otro, en el peor de los casos, ligeramente chavista. Pero ¿yo? ¿Cómo quedó yo? Sé que a mí no me conoce nadie. Pero tienes que admitir que para tí este negocio es mejor que para mí.”
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