Los dos caminos

Viernes, 26 de octubre de 2007

Algunos abstencionistas parecieran asumir que los que promueven la participación en el referendo para la reforma son unos ingenuos, porque no se dan cuenta de que en Venezuela no se vive en una democracia y de que es imposible ganar unas elecciones con un árbitro parcializado que permite, entre otras cosas, la manipulación del registro electoral, el ventajismo, la discriminación, y además está dispuesto, si las circunstancias lo exigen, a modificar una votación para favorecer al gobierno. Para ellos, el corazón del debate no pareciera ser lo que puede ganar la oposición con la abstención, sino si la reforma requiere de una Asamblea Constituyente o si Chávez y el Consejo Nacional Electoral hicieron trampa en el referendo revocatorio y los demás procesos electorales.

¿Hay algo de cierto en esta caracterización? Hasta ahora no he conocido un solo promotor de la participación en la oposición que piense que en Venezuela las condiciones electorales son justas o que piense que la propuesta de la reforma es constitucional, razón por la cual creo que la caracterización es injusta. Es verdad que muchos de los que promovemos la participación creemos, basándonos en las encuestas, que Chávez es más popular que cualquiera de sus opositores, y de que en el conteo de votos de las elecciones presidenciales (no así en el proceso electoral anterior a la votación) el gobierno no cometió fraude. Pero de allí a pensar que en Venezuela las condiciones electorales son justas hay un largo trecho. Para algunos de mis amigos abstencionistas pareciera ser difícil aceptar el hecho de que uno puede creer que Chávez es más popular que sus adversarios, y al mismo tiempo estar convencido, al igual que ellos, de que en Venezuela no existe una verdadera democracia.

Hecha ya esta clarificación, o mejor dicho, enfatizando el hecho de que en el fondo casi todos en la oposición coincidimos sobre la naturaleza del régimen y aceptando que es inútil seguir discutiendo hasta dónde llegó la trampa en las elecciones presidenciales o el referendo revocatorio, podemos entonces elevar el debate a un plano más alto y discutir lo más importante: si la mejor manera de luchar por la democracia en Venezuela es participando o absteniéndose en los comicios electorales.

¿Por qué pienso que la mejor estrategia es participar? Algo que creo que me separa de los abstencionistas es que ellos parecen ver las instituciones como bloques impermeables en los que, haga lo que haga la oposición, ya es imposible que se infiltre la más mínima dosis de justicia. El control de Chávez es absoluto y por ello es inútil seguir dándose golpe contra la pared. Entre la voluntad del presidente y las acciones y posturas de las principales instituciones hay una línea recta. ¿Para qué, entonces, denunciar los abusos del gobierno ante la Fiscalía? ¿Para qué acudir al Tribunal Supremo de Justicia? Más aún, ¿para qué perder el tiempo votando?

Aunque hay mucho de verdad en todo esto, soy de los que piensa que para el gobierno es difícil mantener el poder en su puño y ello se refleja, por ejemplo, en los reacomodos que hace el presidente en los puestos de poder, las pugnas dentro del PSUV, la falta de coordinación del gobierno con las instituciones que controla o en la misma reforma de la Constitución, cuyo principal objetivo es, precisamente, concentrar aún más el poder para que al presidente no se le resbale de las manos. También pienso que la porosidad de las instituciones aumentará conforme baje la popularidad de Chávez, lo que significa que, aunque ahora el panorama luzca desolador, podría no lucir así en unos años. Para cualquier gobierno es complicado monopolizar el poder, y más aún en una sociedad como la venezolana, acostumbrada a la democracia durante cuarenta años. Nuestro trabajo entonces debe ser dificultarle esta labor al gobierno.

Por supuesto, esta es una estrategia de largo plazo. Un elemento importante que debería pesar en nuestra decisión sobre si votar o no votar es el efecto real que la abstención o la participación podrían tener sobre el gobierno. Aquí hay que hacer un ejercicio de imaginación. Si decidimos participar en todos los procesos y constantemente ejercer presión sobre las instituciones, ¿cuál es el escenario más optimista? Que la oposición se convierta en una clara mayoría (algo que aún no ha ocurrido en el momento del voto) y en las próximas elecciones presidenciales el CNE decida aceptar la voluntad del país. Si, como es bastante probable, el gobierno, con la ayuda del CNE, decide robarse las elecciones (me refiero al conteo de votos), el fraude podría desatar una crisis que desemboque en la caída de Chávez. Ante la presión popular y la condena unánime de los observadores y la comunidad internacional, personas claves de instituciones claves, algunas de las cuales quizá ya, en este momento, están asqueadas con las barrabasadas del presidente pero, por su alta popularidad, no se atreven a moverse, podrían colocarse del lado de la mayoría.

¿Cuál, en cambio, es el escenario más optimista para los abstencionistas? Que yo sepa, excepto los que promueven el derrocamiento del gobierno mediante la lucha armada, ningún promotor de la abstención ha escrito sobre este tema tan importante. Pero supongo que el escenario optimista es que, mediante marchas, protestas y abstención masiva en los procesos electorales, el CNE o el TSJ decidan, sin que nadie se los pida, que, por la alta abstención, Chávez no merece la presidencia y debe ser destituido de su cargo. O que la Fuerza Armada Nacional, ante la presión popular, decida tumbarlo. O, mejor aún, que Chávez mismo renuncie. A mí este camino me parece aún más desolador y riesgoso (en términos de lo que podría pasar si una camarilla de la FAN da un golpe de Estado) que el de la participación.

Mi argumento a favor de votar es en realidad un llamado a la participación en el más amplio sentido de la palabra. Participar no sólo votando, haciendo campaña y presionando al CNE. También ejerciendo presión sobre la Asamblea Nacional, el TSJ, la Fiscalía, la Defensoría, las autoridades locales y regionales, y al mismo tiempo organizar marchas, protestas y todas esas cosas que proponen los abstencionistas. Los disidentes del partido Podemos acaban de ir al TSJ para solicitar que la corte se pronuncie sobre la incorporación de los artículos adicionales a los 33 iniciales de la propuesta de reforma. La movida es ingeniosa, porque la presidenta del TSJ, Luisa Estela Morales, ya habló sobre la imposibilidad de incluir más artículos, lo que significa que la presión de Podemos podría forzar a Morales a frenar los planes de la Asamblea/Chávez de incluir más artículos. Lo más probable es que Morales no ceda un milímetro ante la presión de Podemos, pero uno se pregunta si en otro escenario, digamos una Venezuela con un Chávez menos popular, con brotes de rebelión en la FAN y un creciente descontento dentro de las filas oficialistas, este tipo de presión no sería mucho más efectiva. Yo creo que sí.

Basta leer sobre lo que está ocurriendo ahora en Birmania o incluso en Rusia para darse cuenta de que, en comparación a otros países autoritarios, en Venezuela todavía queda un margen de acción política. Cierto, este margen se ha reducido sustancialmente en los últimos años, y con el cierre de RCTV, la ley habilitante y la reforma de la Constitución, Chávez pretende seguir encogiendo los espacios de acción de las fuerzas opositoras. Pero esto no es razón para tirar la toalla. Todavía hay espacios para colocar algunas barreras y obstáculos que impidan, dificulten o al menos retrasen los planes dictatoriales del presidente. Hay que aprovecharlos al máximo.

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