Viernes, 1 de abril de 2011
En Ravelstein, Saul Bellow cuenta que su gran amigo, el filósofo Allan Bloom, le enseñó que Eros en griego era daimon o daemon. Y eso era lo que Zeus le daba a uno como compensación por la cruel escisión del alma andrógina original del ser humano. Con la ayuda del Eros cada persona pasa la vida buscando su otra mitad. Y esta búsqueda de amor es el resultado de una profunda añoranza de plenitud (longing, la palabra en inglés para añoranza, es mucho más bonita). No todo el mundo siente ese longing o no todo el mundo lo reconoce o acepta cuando lo siente. En la literatura Romeo y Julieta lo tenían. Anna Karenina, Emma Bovary y Madame de Rênal lo tenían. Y por supuesto otros lo tienen en una forma oscura, velada, difícil de detectar. Bloom/Ravelstein no decía si el matrimonio podía eliminar esa añoranza, al menos temporalmente. Pero sí decía que el adulterio suele ser una manifestación de ese longing. Una demostración de su poder, de como puede arrollar principios éticos y llevarnos a mentir y engañar con crueldad.
Matizando un poco la observación de Bloom, yo diría que el adulterio no es siempre producto de ese longing. Muchas veces es el resultado de la simple sinvergüenzura; de una necesidad más ligera y carnal que profunda y espiritual. Pero diría también que ignorar la dimensión metafísica del adulterio tan bellamente ilustrada por los griegos es un pernicioso tabú de nuestro tiempo.
Próximo lunes:
- ¿Se deben legalizar las drogas? Un ensayo sobre este tema.
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