Lunes, 5 de noviembre de 2012
Esto lo escribí a finales de 2010:
En un país donde el presidente y el partido de gobierno se valen de todo tipo de trampas para desnivelar el terreno electoral, desde las inhabilitaciones y el uso abusivo de recursos y medios estatales, al gerrymandering, la intimidación, el chantaje y la discriminación, la abstención y la búsqueda de atajos son reacciones previsibles, sino naturales. Más importante aún, el argumento a favor de la participación es sumamente sofisticado, no fácil de asimilar y digerir, sobre todo en un colectivo cuyo juicio puede ser a veces nublado por una comprensible rabia, frustración e indignación producto de los abusos del gobierno. Que se haya logrado un consenso entre todas las principales fuerzas opositoras de que la participación y el voto son las mejores herramientas de lucha contra el régimen, es un logro formidable que los analistas políticos tienden a subestimar.
Recuerdo que me sentí orgulloso de escribir esa última oración. ¿Por qué? Porque era verdad. Sentía que mucha gente asumía como algo normal, no digno de ser resaltado, ese consenso que improbablemente se había forjado en torno a la importancia de la participación electoral.
Desde el 7/O hemos visto como “esa comprensible rabia, frustración e indignación producto de los abusos del gobierno” ha resquebrajado ese consenso.
¿Lo suficiente como para el chavismo arrase en las elecciones del 16 de diciembre?
Espero que no. Yo veo señales positivas, pero sin encuestas es difícil saber cuán alta va a ser la abstención.
En todo caso, volver a forjar ese consenso debe ser la primera prioridad. Esto requiere de liderazgo político.
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