El viejo radicalismo

Miércoles, 29 de diciembre de 2010

Antón Chéjov

El crítico literario James Wood en entrevista con Letras Libres:

Letras Libres: Después del posmodernismo y el multiculturalismo y las literaturas poscoloniales, ¿te ves como la reaccion conservadora?

James Wood: Me veo tratando de mantener viva una suerte de viejo radicalismo. Vuelvo como a un talismán a esa escena de Chéjov sentado en el Teatro de Arte de Moscú mirando la puesta de una obra de Ibsen y diciendo: “Pero Ibsen no es teatro: en la vida no ocurre así.” Lo que Chéjov sugiere, en un sentido, es que tienes que persistir en romper las formas. Me interesa V.S. Naipaul por esa razón. En algunos sentidos, él es obviamente muy conservador: es políticamente conservador y no está interesado en los juegos posmodernos por sí mismos. Pero tampoco está interesado en repetir las viejas formas. No tiene sentido para él sentarse y escribir una novela realista al viejo modo. Le gusta crear formas híbridas en las que mezcla memoria y autobiografía, y narración histórica y periodismo con ficción. Y creo que en ese sentido es un verdadero chejoviano, pues todavía dice: “Un momento, esas formas ya no nos dicen nada sobre la vida, tenemos que hacer algo nuevo.” Pero la pregunta ¿qué es la vida? -“esas formas no representan la vida, quiero vida en mi ficción”- no desaparece.

Me gusta esta respuesta porque, a través del ejemplo de Naipaul, Wood ilustra muy bien un argumento que considero certero. Wood dice que no rechaza, de antemano, el experimento ni la búsqueda de nuevas reglas y formas. Pero al mismo tiempo enfatiza que el experimento debe estar supeditado a la noble ambición chejoviana de que “haya vida” en la ficción. Las nuevas formas deben ser el producto de una necesidad que las justifique.

Leyendo La rebelión de los náufragos de Mirtha Rivero me vino a la mente esta reflexión de Wood. El libro no es ficción, sino un reportaje periodístico. Pero Rivero estira las definiciones del género y violenta sus convencionalismos no por frívola rebeldía o por un deseo de ser una escritora “moderna” o “experimental,” sino simplemente porque las viejas formas y tradiciones periodísticas no le bastan. La informada especulación, el uso responsable de la imaginación para rellenar huecos, la dinámica interacción prosa/entrevistas, el peligroso coqueteo con la ficción -todo esto es, o parece ser, el resultado de esa necesidad chejoviana que describe Wood. Da la impresión de que, sin esos audaces experimentos y trasgresiones, Rivero jamás hubiese podido recrear la caleidoscópica y fascinante realidad del segundo gobierno de CAP.

La rica textura del libro, más propia de una novela que de un reportaje, se debe a esta alta y noble ambición.

A ese viejo radicalismo.

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