Martes, 5 de junio de 2007
De los ya varios errores políticos que ha cometido Hugo Chávez desde su victoria en diciembre de 2006, el cierre de RCTV es sin duda el más colosal. El presidente creyó que lo de RCTV era un mero trámite legal y que un grito de cuartel bastaba para cerrar el canal más antiguo, de mayor alcance y con mayor audiencia de Venezuela. Pero no fue así: el cese de las transmisiones detonó más de un centenar de protestas estudiantiles en más de una docena de las principales ciudades del país, la mayoría de las cuales son a favor de la libertad de expresión. Es una bonita coincidencia que el 28 de mayo, día que RCTV salió del aire y comenzaron a pulular protestas por doquier, aluda tanto al mayo del 68 en Francia como a la generación del 28 en Venezuela que dio la campanada inicial de la lucha contra el gomecismo.
Hasta el momento la estrategia de numerosos voceros del gobierno, incluyendo el presidente, y varios ministros y diputados, ha sido la esperada: tratar de desestimar las protestas por su tamaño y de descalificar a los manifestantes diciendo que reciben órdenes del “imperio” o que son manipulados por una pequeña camarilla de la Cuarta República para promover la desestabilización (este último punto muy puntofijista, por cierto). Es el tradicional discurso polarizador de Chávez, en el que no existen los matices y las personas sólo pueden estar en dos bandos: los que apoyan incondicionalmente al presidente, el socialismo del siglo XXI y “el pueblo” (en el discurso oficial sinónimo de chavismo) y los sectores golpistas, desestabilizadores, defensores de la “carroña,” de Estados Unidos y de la oligarquía. Yo, crítico de Bush, del decreto de Carmona, de la calidad de la programación de RCTV, de la mayoría de los gobiernos puntofijistas y de la oposición abstencionista, pero también crítico de Chávez, caigo, por supuesto, en el segundo grupo. Al igual que el Senado de Chile, Brasil, el congreso de EEUU, los presidentes de Costa Rica, Perú, México y Finlandia, y esa docena organizaciones defensoras de los derechos humanos a las que el sábado el ministro de Comunicación William Lara, luego de meter en un saco al que puso la etiqueta de “oligarquía mediática internacional,” descalificó y echó por el bajante, fuera del debate.
Ya ha habido varios intentos desesperados de vincular con “evidencia” a los estudiantes con líderes opositores, entre ellos uno de un oscuro funcionario de la alcaldía de Maracaibo que denunció que a los estudiantes se les pagaba entre 150 y 200 mil bolívares por salir a manifestar. Pero el más grotesco ha sido sin duda el de la diputada Santos Amaral, vicepresidenta de la Asamblea Nacional, que presentó una grabaciones de conversaciones entre líderes de RCTV y de la oposición que, según ella, son una “prueba irrefutable” de que lo que ha venido diciendo el gobierno es cierto.
Basta escuchar las grabaciones dos o tres veces para darse cuenta de que las conclusiones que saca Santos de esas conversaciones son, como las absurdas acusaciones contra Globovisión por instigación al magnicidio, un patético intento de martillar, doblegar y achatarle las esquinas a la realidad para que encaje con las desaladas teorías de conspiración del gobierno. Para Santos el hecho de que un dirigente político diga que ha mandado apoyo a los estudiantes y un asesor de RCTV se responsabilice por organizar las manifestaciones en todo el país de “jóvenes adecos” (¿no es esto un oxímoron?) son una prueba de que estos manifestantes están siendo manipulados por “fuerzas foráneas” y puntofijistas y de que, más aún, la intención de estas fuerzas es “provocar un muerto” y “derrocar al gobierno.”
Semejantes conclusiones, además de risibles, son un insulto a la inteligencia de los estudiantes, pues ¿cómo se puede asumir que miles de jóvenes, provenientes de varias ciudades y diferentes extractos sociales, son tan fácilmente manipulables por viejos dinosaurios puntofijistas? ¿Cómo se puede pensar que detrás de cada brote, detrás de cada grupo de muchachos que decide espontáneamente patear la calle para protestar, está la mano peluda de los “sectores golpistas,” o de ese grupo que el oficialismo nunca identifica con exactitud, pero al que atribuye las peores motivaciones? ¿No es esto una exagerada sobrestimación de las habilidades de organización de estos opositores? Y supongamos que sí, que esta gente “está detrás” de estas manifestaciones estudiantiles, ¿cuál es el crimen? ¿Qué tiene de malo ayudar y empujar a los estudiantes a protestar por una causa legítima? Lo malo, diría Santos Amaral, es que estos sectores son golpistas y quieren promover la violencia. Pero esas grabaciones no prueban que estos supuestos promotores de las marchas son golpistas. Lo único que revelan es que el gobierno graba ilegalmente a sus opositores y que los servicios policiales y de inteligencia también están politizados; son, como PDVSA y la FAN, “rojo, rojitos.”
Lo que más indigna, lo que más molesta y repugna del caso de RCTV y los argumentos gubernamentales que justifican la medida del cierre –repetidos por esa izquierda boba internacional que pareciera reciclar y retransmitir cual autómata los “talking points” que manda el Venezuelan Information Office a sus seguidores– es la hipocresía; o ese doble estándar que caracteriza casi todas las matrices del discurso oficial.
Podríamos decir, en defensa de RCTV, que en el proceso de la no renovación de la concesión, se ha irrespetado el debido proceso, lo cual es grave tratándose de un tema tan delicado como el cierre de la voz crítica televisiva más importante. Podríamos argüir que, así RCTV haya violado la ley y así todavía quedan muchos medios privados críticos del gobierno, no es sano, para una democracia, silenciar a uno de los tres canales con mayor audiencia y de mayor alcance, sobretodo si los otros dos canales importantes favorecen en su línea editorial al presidente. Podríamos decir que si la intención es castigar a RCTV por sus actividades de “insurrección” puede enjuiciarse directamente a los responsables de llevar a cabo estas actividades sin necesidad de cerrar el canal. Podríamos decir, además, que si la intención es romper los monopolios mediáticos no es necesario cerrar al canal porque existen otros mecanismos para pulverizar el poder de los grandes conglomerados.
Pero no: estos argumentos no hacen falta porque la hipocresía del gobierno los desplaza a un segundo plano y coloca el debate en un nivel más elemental: el de la no discriminación. ¿Qué RCTV participó en el golpe hace cinco años? ¿Por qué no, entonces, aplicar el mismo castigo a Venevisión, canal de donde salió Pedro Carmona el 12 de abril y que, hasta no hace mucho, fue el blanco de las más contundentes condenas del presidente? ¿Será porque Chávez, a cambio de una línea editorial favorable, decidió darle un trato preferencial al magnate, millonario, “oligarca” si los hay, Gustavo Cisneros –ese pusilánime y virtuoso tragamonedas a quien sus propios trabajadores ahora dan una lección ejemplar de civismo y dignidad?
¿Qué RCTV incurrió en un “blackout” informativo en abril de 2002? ¿Y no se podría decir lo mismo, ahora, del canal estatal VTV y del nuevo canal TVES que sustituyó a RCTV, en los que, durante los primeros días después del cierre, no se transmitió información sobre las numerosas marchas opositoras? ¿Qué RCTV transmite una programación irresponsable donde, como dice Valera, se promueve la carroña y los “anti-valores”? ¿Y que de programas deplorables de la televisión estatal como La Hojilla, en el que Mario Silva día tras día lanza con total impunidad y hasta con aprobación presidencial los más bajos insultos y calumnias, burlándose a menudo de la sexualidad o supuesta sexualidad de sus enemigos políticos?
Un ejemplo notorio de este cínico doble discurso del gobierno es el de Globovisión. La semana después del cierre de RCTV el canal, presidido por ese cívico y valiente espadachín que es Alberto Federico Ravell, transmitió en vivo y retransmitió discursos y declaraciones del presidente, el canciller Nicolás Maduro, el ministro del Interior Pedro Carreño, Willian Lara, los alcaldes Juan Barreto y Freddy Bernal, los diputados Luis Tascón, Iris Valera y William Iglesias, e incluso dio espacio para que Maripili Hernández, Willian Lara y Santos Amaral expusieran con detalle sus atarantadas teorías de conspiración. Además, mandó reporteros a las manifestaciones pro-gobierno, que también fueron muchas, y organizó un bonito debate entre un estudiante chavista y otro de oposición. El canal estatal, por su parte, ignoró las manifestaciones durante los primeros días y llegó al extremo de no transmitir la intervención en el Parlamento del diputado Ismael García, caído en desgracia a la Cerebrito Cabral por el mero hecho de criticar la propuesta de Chávez del partido único. Este contraste, por supuesto, no entra en el discurso oficial, en el que se sigue criticando a Globovisión por manipular información, parcializarse y promover la desestabilización, palabra favorita del chavismo.
Todos estos argumentos, y muchos otros, han sido esgrimidos con sorpresiva elocuencia por esos líderes estudiantiles que, en cuestión de días, salieron de las catacumbas y saltaron a la luz pública insuflando con vitalidad la causa opositora y deslustrando los rostros de los viejos, y no tan viejos, líderes de oposición. Una de las sorpresas de estas manifestaciones ha sido el despertar de este movimiento estudiantil hasta ahora aletargado, curiosamente apático e indiferente al fascinante acontecer político nacional. Pero otra sorpresa ha sido la destreza y el refinado instinto político de estos jóvenes. Es impresionante ver como captan el discurso maniqueo del gobierno y tratan de fracturarlo con sus declaraciones, discursos y hasta con sus gritos de batalla. Emociona ver como, siendo tan jóvenes, parecieran haber aprendido de los errores pasados de la oposición, rechazando el inmediatismo y las actividades meramente provocadoras. Es interesante ver como hacen todo lo posible por deslindarse de los partidos –algo que tristemente me recuerda esas conversaciones telefónicas que he tenido con uno de mis héroes, el disidente cubano Oswaldo Payá, que siempre se cuida de no hacer pronunciamientos que puedan ser utilizados por la dictadura para asociarlo a él o a su causa con el “imperio.”
También impresiona ver como estos estudiantes se declaran a sí mismos apolíticos, y como, citando a Martín Luther King, Gandhi y John Lennon, se definen como meros defensores pacíficos de las libertades civiles, haciendo hincapié en el carácter no violento de su causa. Aunque ha habido, por supuesto, algunos enfrentamientos y focos de violencia en las más de cien manifestaciones, los líderes estudiantiles y la inmensa mayoría los jóvenes que manifiestan hacen constantemente un llamado a la paz, y actúan en lo posible dentro del margen de la ley, por ejemplo, no convocando paros estudiantiles, solicitando los permisos para marchar y flexibilizando algunas de sus exigencias para enfatizar la importancia del diálogo. Su mensaje es el mismo que ya han hecho muchos líderes de la oposición moderada, pero en sus voces desideologizadas, desligadas por completo del pasado y de las maniobras, intrigas, pactos, conspiraciones de la actividad política organizada, este mensaje resuena con mayor pureza y legitimidad.
Dudo que estas protestas marquen en el corto plazo el fin de esta oscura etapa en la historia venezolana, pero creo que en un futuro –ojalá no muy lejano– sí podrían ser vistas como un hito, una curva, un mayo venezolano en el que la oposición democrática, bajo el liderazgo de sus estudiantes, formó la primera barrera de resistencia para bloquear esa marcha hacia un régimen totalitario liderada por el presidente Chávez y acelerada después de su triunfo electoral el pasado 6 de diciembre.
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