Viernes, 19 de octubre de 2012
Reaccionando a la nota de Petkoff, un lector me pregunta de qué valió todo lo que ganó la oposición desde 2007 a 2012 si de todos modos perdimos las elecciones presidenciales.
Me gusta esta pregunta porque revela que el debate coyuntural sobre la participación y la abstención es al mismo tiempo un debate sobre algo más grande.
Para enfocar en el asunto clave la discusión, asumamos, por un instante, que el único motivo de preservar y ganar espacios era derrotar a Chávez en las presidenciales; que las gestiones de los gobernadores opositores, mejor apreciados que los oficialistas según todos los sondeos, no tienen valor en sí mismas.
Visto así, el lector tiene razón. ¿Para qué tanto esfuerzo y participación si el resultado al final fue una derrota? ¿No hubiese sido mejor no hacer nada si de todos modos se iba a perder?
Quizá, pero hay otra manera de verlo.
Podemos analizar la situación y concluir que no hay nada que hacer porque derrotar al líder autoritario de un petroestado con el precio del barril oscilando los cien dólares es demasiado difícil. O podemos hacer todo lo posible por crear un escenario en el que esa victoria sea una posibilidad. El primer camino lleva a la inacción que, a su vez, reconfirma más que desafía un escenario de derrota. El segundo lleva a la acción y la lucha, y a aumentar las probabilidades de victoria, así estas probabilidades sean bajas.
La diferencia entre escoger el primer o el segundo camino no es meramente una diferencia de coyuntura. Es una diferencia de filosofía de vida; entre los que luchan por una victoria improbable pero posible (y de ese modo aumentan considerablemente las probabilidades de triunfo) y los que simplemente se resignan a la actuales circunstancias y blindan de esa manera su derrota.
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