Chéjov en el Teatro de Arte de Moscú

Jueves, 10 de septiembre de 2009

jameswoodEl crítico literario James Wood en entrevista con Letras Libres:

Letras Libres: Despues del posmodernismo y el multiculturalismo y las literaturas poscoloniales, ¿te ves como la reaccion conservadora?

James Wood: Me veo tratando de mantener viva una suerte de viejo radicalismo. Vuelvo como a un talismán a esa escena de Chéjov sentado en el Teatro de Arte de Moscú mirando la puesta de una obra de Ibsen y diciendo: “Pero Ibsen no es teatro: en la vida no ocurre así.” Lo que Chéjov sugiere, en un sentido, es que tienes que persistir en romper las formas. Me interesa V.S. Naipaul por esa razón. En algunos sentidos, él es obviamente muy conservador: es políticamente conservador y no está interesado en los juegos posmodernos por sí mismos. Pero tampoco está interesado en repetir las viejas formas. No tiene sentido para él sentarse y escribir una novela realista al viejo modo. Le gusta crear formas híbridas en las que mezcla memoria y autobiografía, y narración histórica y periodismo con ficción. Y creo que en ese sentido es un verdadero chejoviano, pues todavía dice: “Un momento, esas formas ya no nos dicen nada sobre la vida, tenemos que hacer algo nuevo.” Pero la pregunta ¿qué es la vida? -“esas formas no representan la vida, quiero vida en mi ficción”- no desaparece.

Me gusta esta respuesta porque, a través del ejemplo de Naipaul, Wood ilustra muy bien un argumento que considero certero. Wood dice que no rechaza, de antemano, el experimento ni la búsqueda de nuevas reglas y formas. Pero al mismo tiempo enfatiza que el experimento debe estar supeditado a la noble ambición chejoviana de que “haya vida” en la ficción. Las nuevas formas deben ser el resultado de este objetivo, y no simplemente de querer ser innovador o moderno por el mero hecho de querer ser innovador. Para Wood Chéjov fue moderno no porque quiso romper con la estética de Ibsen, sino por algo mucho más fundamental: le parecía que la vida no era como en las obras de Ibsen.

Hace poco, escribiendo sobre Juventud de J.M. Coetzee, me vino a la mente esta misma idea. En esta autobiografía novelada la forma de narrar es bastante novedosa. Las escenas nunca son muy largas; el pulso de la prosa es constante y monótono; la trama es casi inexistente. Episodios y monólogos interiores del protagonista podrían ser movidos de capítulos sin mayor efecto.

Pero, claramente, la intención de Coetzee no es querer ser “moderno” (hay maneras más visibles de lograr este objetivo), sino demostrar que la trama en la ficción muchas veces simplifica los verdaderos ritmos de la vida; que buena parte de nuestras actividades diarias, nuestros encuentros, nuestras aventuras amorosas, no son hitos que determinan nuevos rumbos, sino eventos aislados que pueden ser movidos en el tiempo sin causar mayores consecuencias. Para recrear esta etapa gris y monótona de su juventud Coetzee tuvo que buscar una manera inusual de narrar.

 

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