Martes, 15 de septiembre de 2009
En 1996 un profesor de una escuela secundaria en Georgia, Estados Unidos, apagó las luces de un salón de clase para que los estudiantes pudieran ver mejor un video. Wendy Whitaker, que entonces tenía 17 años de edad, estaba sentada en la parte de atrás del salón. Un amigo le sugirió que podían aprovechar la oscuridad para tener sexo oral. Y, sin saber que estaba cometiendo el error más costoso de su vida, Whitaker aceptó. Hoy, casi quince años después, todavía está sufriendo las consecuencias de esa imprudencia juvenil.
Como su amigo no tenía todavía 16 años (el incidente ocurrió tres semanas antes de su cumpleaños), Whitaker fue arrestada y acusada de perpetrar un crimen sexual contra un menor. El abogado que le designó la corte le recomendó, minutos antes de la audiencia, que se declarara culpable y, no sabiendo qué hacer ni qué pasos seguir para minimizar los costos de su error, Whitaker decidió naturalmente seguir su consejo. El resultado de esa rápida decisión fue una condena a cinco años de libertad condicional.
Siendo un persona sumamente desorganizada, Whitaker no cumplió todos los requerimientos de su condena (como asistir a sus citas con la corte) y fue encarcelada en la prisión estatal, donde convivía con mujeres presas por asesinato. Al año fue liberada y poco después cumplió su condena de libertad condicional. Pero eso no acabó con sus problemas. Al igual que muchos otros estados, Georgia tiene un registro público de ofensores sexuales. Basta hacer un clic en Google para encontrar la fotografía y la dirección de Whitaker en una lista de personas que “han sido condenadas por una ofensa criminal en contra de una víctima que es menor de edad u otra peligrosa ofensa sexual.” Como el registro no da detalles de cada caso, cualquier persona racional asume que los incluidos en el registro han perpetrado delitos sexuales graves contra menores de edad. No sorprende, pues, que todavía hoy, 13 años después del incidente en el salón de clase, la casi treintañera Wendy Whitaker se tropiece a cada rato con padres que, cuando la ven pasar, meten a sus hijos dentro de la casa.
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