Borges y el violento pavo real

Miércoles, 20 de mayo de 2009

craft_of_verse_lgDe tanto en tanto me cruzo con una canción vulgar o melodramática que me eriza la piel como un buen verso. A pesar de que reconozco los clichés o advierto la grotesca cursilería de la canción, ésta logra tocarme algunas fibras íntimas que me hacen querer escucharla una y otra vez. ¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo explicar esta contradicción? La respuesta a esta pregunta me la dio ya hace un tiempo Jorge Luis Borges en This Craft of Verse, un librito que reúne las conferencias Norton que dio en Harvard a finales de los sesenta. Poniendo como ejemplo una metáfora de Lugones, Borges explica cuán delicada y misteriosa puede ser nuestra percepción del arte y la belleza.

Siendo estas las reputadas conferencias Norton de Harvard, lo primero que me llamó la atención de este librito es el tono casual, casi improvisado, con que Borges se dirige a su audiencia. Da la impresión de que Borges no pasó mucho tiempo escribiendo y editando estas conferencias. En algunos escritores esta falta de preparación puede ser catastrófica, pero no en el autor de El Aleph. En estas conferencias Borges combina su exótica erudición y su refinada sensibilidad con un genio pedagógico para comunicar e ilustrar sus ideas. Como el buen profesor (y el buen crítico), ilumina en los textos que cita significados, texturas y matices no vistos por miradas menos entrenadas que la suya. Borges es capaz de hacer percibir a su público el tenue hálito de ternura que emana un verso o el pulso ligeramente fúnebre de una estrofa. En la segunda conferencia, por ejemplo, nos ayuda a apreciar mejor el famoso verso She walks in beauty, like the night de Lord Byron, señalándonos que para apreciar de lleno esta línea no sólo debemos comparar a la mujer con la noche, sino también pensar en la noche como una mujer.

En estas conferencias hay varias ideas (y autores) que resurgen con frecuencia. Uno recuerda la observación de George Steiner de que, pese a su amplia erudición, Borges siempre cita y habla de los mismos autores e ideas. Una de estas ideas es la de cómo los significados no son inamovibles; cómo una palabra, un verso o un poema pueden cambiar con el tiempo o variar de acorde al lector. Un adjetivo, por ejemplo, puede caer en desuso o mutar de significado con los años, añadiéndole al verso un matiz exótico que el poeta originalmente no calculó. De igual forma, hay versos de Dante o de Shakespeare que, leídos hoy, después del impacto del psicoanálisis y de la revolución visual del cine, adquieren nuevas e interesantes resonancias.

Y si los significados pueden cambiar con el tiempo o variar con cada lector, también se pueden transformar con las traducciones. Borges nos enseña cómo una traducción puede casi liberarse del texto original, alcanzando un nivel de soberanía que le permite proyectar su propia belleza; es decir, una belleza que nace no en la creación del texto original, sino en el proceso de traducción. Un ejemplo es la frase “the song of songs” (la canción de canciones) de la traducción literal inglesa de la Biblia. Borges nos informa que los hebreos, como no tenían superlativos, no podían decir “la mejor canción,” razón por lo cual expresaban lo mismo diciendo la canción de canciones o la noche de noches o el rey de reyes. Un traductor moderno probablemente hubiese traducido la frase como “la mejor canción,” pues “canción de canciones” en inglés tiene una entonación lírica que no tiene el original. Pero Borges señala que, independientemente de nuestra opinión sobre las traducciones literales, “the song of songs” es una manera bonita de decir en inglés “la mejor canción.” Y es bonita en parte porque la frase no es común en inglés. Las traducciones, pues, pueden ser vistas también como actos conscientes o inconscientes de creación.

Otra idea que fascina a Borges es cómo muchas metáforas se pueden reducir a unas cuantas ideas. Borges dice que, aunque los poetas ya han inventado miles de metáforas, muchas de ellas pueden rastrearse a un número determinado de patrones. Por ejemplo, la idea del tiempo fluyendo como un río ha inspirado un gran número de metáforas, al igual que la comparación de la vida con un sueño. Lo mismo se puede decir de las tramas. Muchos cuentos, novelas y películas son meramente variaciones de una misma trama.

Sobre este punto Borges hace una reflexión muy pertinente que resume la amplia y sabía visión que tenía sobre el arte y el tema de la modernidad literaria. Borges dice que, a pesar de que muchas metáforas provienen de los mismos patrones, esto no debe preocuparnos mucho porque cada metáfora, así provenga de la misma idea, es siempre diferente. El espacio para la originalidad, la innovación y sobre todo la belleza dentro de cada patrón es infinito. Ahora bien, el reconocimiento de este amplio espacio de acción dentro de los viejos patrones no se debe traducir en una negativa a la búsqueda de nuevos patrones. La exploración de nuevas fronteras dentro de los patrones ya establecidos puede (y debería) coexistir con la búsqueda de nuevos moldes.

Esta reflexión me gusta porque me parece un ligera amonestación a aquellos artistas y críticos que en la música, la pintura o la literatura, se obsesionan con “el avance” del arte y pretenden reducir este supuesto avance al derrumbamiento de unas cuantas barreras arbitrariamente escogidas. Es un poco lo que pasó en la música después de Schoenberg, donde para muchos se convirtió una contradicción ser al mismo tiempo tonal y moderno, como si dentro de la tonalidad ya no hubiese espacio para la belleza, la innovación y la originalidad. Es lo que pasa en las mentes de los que obtusamente proclaman el fin de la novela o dicen que Proust o Joyce “agotaron” todas las posibilidades del género. Estos críticos y artistas no sólo reducen a mera innovación la definición de calidad artística, también se ciegan al hecho de que, dentro de las formas que ellos precipitadamente tildan de obsoletas, hay un espacio enorme para la belleza y la originalidad. Los cuentos de Borges, que revelan una casi total indiferencia a las innovaciones narrativas del siglo XX, son una prueba de ello.

Un punto que enfatiza Borges a lo largo de las conferencias de Harvard es cómo el artista debe evitar definirse antes de crear una obra, porque si lo hace corre el riesgo de sacrificar por esta definición la belleza y la calidad artística. Un ejemplo de esto es precisamente ese deseo de ser “modernos” de muchos artistas. Este deseo y la calidad artística ciertamente son compatibles y no tiene nada de malo que el artista aspire a renovar e incluso trascender su tradición. Pero en algunos casos el afán de novedad puede actuar como un corrosivo veneno para la perennidad de la obra de arte. Para ilustrar este punto Borges cita un verso de E.E. Cummings, en el que, según él, el poeta utiliza una imagen no porque la imagen lo conmueva o le parezca apropiada, sino por el deseo de ser visto como un poeta moderno. (Esta crítica, por cierto, puede ser aplicada a la famosa “unánime noche” del propio Borges).

Borges dice que él, como artista, simplemente se preocupa por ser leal a su propia imaginación. No trata de ser un escritor “moderno” ni “latinoamericano” sino busca olvidarse de sí mismo y transmitir su sueño. Para Borges el poeta debe sobre todo hablar con convicción. Citando un bello verso de Lugones, en el que el poeta compara un atardecer con un “violento pavo real verde, deliriado en oro,” Borges dice que una metáfora, para conmovernos, no tiene que ser creída o compartida. Para emocionarnos con el verso de Lugones no debemos necesariamente estar de acuerdo con su visión casi kitsch del atardecer como un violento pavo real verde. Lo importante es que Lugones nos haga sentir su emoción frente a ese atardecer, y nos convenza de que él necesita esa precisa imagen para expresar esa emoción. La belleza, pues, puede residir en la convicción detrás de la voz del poeta, lo que ayuda a explicar porque algunas canciones vulgares y melodramáticas nos conmueven.

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