Martes, 16 de octubre de 2012
Hablando de ataques violentos a la oposición, miren esto de Armando Durán:
…parece urgente que la oposición comience a actuar con ese mínimo de “eficacia y realismo” que según The New York Times le faltó para encarar el referéndum revocatorio en 2004 y la candidatura de Chávez el 7 de octubre. Y que reaccione con madurez suficiente para fijar la responsabilidad exacta de cada quien en la derrota, para hacer una autocrítica auténtica y a fondo que impida volver a caer en los errores de siempre y para introducir en el equipo directivo de la MUD los cambios que permitan enderezar el rumbo opositor.
Y luego, refiriéndose al ánimo reconciliatorio de Chávez, le lanza a la MUD otros dardos llenos de sorna y estricnina:
…si durante la campaña aceptaron sin chistar el desarrollo de una ilimitada intervención del Estado a favor de Chávez con tal de ser considerados como alternativa legítima y legal, ¿por qué no aceptar la generosa oferta presidencial de sentarse a una misma mesa, sin duda simples artefactos decorativos, pero sin duda también políticamente vivos?
Unas semanas antes, sin embargo, Durán no parecía estar demasiado preocupado por los “errores de siempre” de la oposición e incluso creyó que la victoria era prácticamente segura a pesar del ventajismo. Su preocupación no era que la campaña y la MUD estuviesen aceptando “sin chistar” los abusos del Estado. Su única preocupación ante el inminente triunfo opositor era que Chávez no aceptara. Es decir, la estrategia de Capriles estaba funcionando.
Oigámoslo refiriéndose a la campaña del progreso:
Lo nunca visto. Una indetenible bola de nieve que estalla en cada rincón del país en sucesivas explosiones de entusiasmo popular, capaz de moverle el piso al más suspicaz de los incrédulos (léase, mi piso), pues uno tiene la impresión de que al paso vertiginoso de Capriles, Venezuela, trepidante como un terremoto, vibra de pura emoción.
Y esto no es nada. Luego viene el orgasmo final:
Por primera vez en tantos y tan duros años de avanzar ciegamente hacia el abismo, me siento optimista. Radicalmente optimista. Confiado en que dentro de nada, los venezolanos seremos protagonistas de una jornada grande y heroica, en el curso de la cual muchos millones de venezolanos votarán alegremente por el futuro de la nación, y en la que, por mucho que les cueste y duela, civiles y militares del régimen, con su comandante presidente a la cabeza, se verán obligados a reconocer el triunfo del adversario. Requisito indispensable para colocar a Venezuela en el deseado camino de la paz y del progreso…Confieso que esto es lo que siento en las calles. Una vibración de victoria profunda e irreductible. Y me siento feliz.
¡Feliz! Ya sabemos que no mucho separa el éxtasis triunfalista de la virulencia depresiva.
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