Martes, 11 de febrero de 2014
-Ya puede pasar -la secretaria colgó.
-Cómo así -bromeó la profesora-. Si llevo aquí sólo veinte minutos.
La secretaria no sonrió. Mirian se levantó pensando que la odiaba o carecía de sentido del humor o las dos. La bella abrió la puerta de la oficina y le dijo pase. Al llegar le había dicho que su jefe estaba en una reunión importante, pero lo encontró otra vez comiendo pollo.
Osorio sonrió cuando la vio. Estaba alegre. Ya había terminado de comer y tenía las manos llenas de grasa. Le hizo una seña a Mirian para que le pasara el rollo de papel absorbente.
-Le van a salir alas, doctor.
Sonrió mientras sacaba papel del rollo. Le pegó un gritó a la secretaria para que le trajera agua.
-Y no me esperaba que me recibiera tan pronto, Osorio. Sólo me hizo esperar media hora.
-Yo soy así con mis amigos Mirian -se limpió la boca, las manos, los dedos uno por uno-. Mientras mejor los conozco mejor los trato.
La secretaria entró enseguida con el vaso de agua. Osorio sonrió de oreja a oreja: sólo ver a la muchacha lo llenaba de felicidad. Y, cuando la bella caminó otra vez hacia la puerta, la miró de arriba abajo como un pervertido.
-¿Qué te parece, Mirian? Ya yo me enteré que en estas cosas tú piensas como un macho. ¿Está o no está riquísima?
-Tengo mi pareja, Osorio. Además ya estoy demasiado vieja para andar pensando en esas cosas.
-Bah -la miró decepcionado-. Déjate de burocracias conmigo.
Se levantó y le dijo que tenía que orinar. Había un baño dentro de la oficina, pero fue al de afuera. La profesora vio la hora: las cuatro. La iba a agarrar el tráfico. Tendría que subir a San Blas en un pirata. Miró otra vez el afiche retocado de El Comandante. Desgraciados. No podía ver la imagen sin sentir rabia. Querían transformarlo, quitándole la berruga, ablanqueándole los dientes, volverlo un muñequito de torta. Afortunadamente no habían podido. La sonrisa y la mirada del Presidente eran demasiado genuinas.
Osorio regresó a los cinco minutos con un chocolate.
-¿Quiéres chocolate, Agatha? Y no me corrijas. Yo sé que te llamas Mirian pero para mí siempre serás Agatha. En honor a mi tía que en paz descanse. Tomátelo como un gran cumplido.
-Acuérdese que tengo diábetes. No puedo.
Osorio se vio en el espejo. Se alisó las patillas, el bigote, se revisó los dientes para ver si le quedaba un sucio. Luego se metió el chocolote en la boca y se sentó en el escritorio. Puso los pies sobre la mesa y las manos en la nuca como si tomara sol.
-Qué bueno que me mandó a llamar, Osorio. Precisamente ahora acabamos de terminar un recorrido por el barrio. Actuar es diagnosticar, como usted dice. Ese es su lema y lo estamos aplicando en el Consejo Comunal. Estamos haciendo una lista de las necesidades más urgentes de la comunidad.
-Te tengo una excelente noticia -la interrumpió-. No comiences con la lloradera y el berrinche y a pedirme real porque te va a gustar lo que te voy a decir.
Se quedó callado unos segundos, histriónicamente. Ya Mirian sabía que lo hacía adrede porque una vez le había dicho que admiraba como El Comandante hacía largas pausas cuando hablaba.
-Estoy ya casi seguro que le van a salir las casas a tus damnificados. A tus grasitas.
Osorio sonrió, con una expresión triunfal. Parecía esperar aplausos.
-Me alegró el día -lo complació la profesora-. Gran noticia.
-Salio rápido, ¿eh? -bajó los pies de la mesa; sus ojos destellaban-. ¿Y sabes cuál es el secreto, Mirian? ¿Sabes por qué conseguí esas casas tan rápido? Porque no hay nada que movilice al Estado como unas elecciones. Y, si hubiesen sido presidenciales, las consigo más rápido.
-Pero ¿entonces ya las aprobaron?
-Ya te dije que no, chica -su rostro se ensombreció-. Pero es casi seguro. Todavía no digas nada para no inflar ilusiones.
Se levantó y recogió una pelota de tenis. Comenzó a rebotarla contra el piso, pasándola de una mano a otra. Siempre le había parecido que Osorio tenía un aire infantil, con esa mirada de niño travieso. Ahora pensó que no era sólo la mirada. Había otra cosa que le daba ese aire pero no sabía qué.
-¿Te gusta el básquet, Mirian?
-Sólo el fútbol. Ningún otro deporte.
-A mí sí me gusta. Mucho. Pero prefiero las ligas del college que la NBA. Allí es donde se juega el verdadero básquet. Es como el Mundial y las ligas europeas; como comparar al equipo de Brasil o Alemania con el Barça o el Real Madrid. No se puede.
Osorio lanzó la pelota en el sofá y se volvió a sentar. Puso su expresión seria, dejando caer la mirada con leve arrogancia, encogiendo los labios en un pequeño círculo como si imitara a un pececito.
-Necesito que me hagas un favor, Mirian. Yo te hice este favor y ahora necesito que tú me ayudes. Porque de eso se trata, ¿no? Ayudarnos mútuamente.
-Mande, Osorio. Usted sabe que yo siempre le he cumplido.
-En septiembre tenemos elecciones y estamos comenzando desde ya a organizarnos. Como sabes esto es un gobierno organizado. Por eso los escuálidos no nos ven luz. Para ellos todo es dinero, ganancia. Explotar al pueblo. Para nosotros todo es organización.
-Por eso El Comandante los vuelve ñoña cada elección.
-Exacto. Quiero dos cosas, Mirian. Dos cosas -ilustró el número con los dedos-. Una es de mediano plazo y no es urgente. La otra sí es ya. Es un favor para ya. Ya. ¿Comprendes?
Hizo otra de sus pausas histriónicas.
-Si esto de las casas sale, y creo que va a salir, voy a ir al barrio en una o dos semanas con cámaras de televisión. Vamos a mostrarle al país cómo estamos ayudando a los damnificados. Esto podría salir en algún noticiero de VTV o en el mismísimo programa de El Comandante. ¿Comprendes? Esto podría salir ahí. Y tú podrías aparecer en cámara.
Osorio sonrió y la miró otra vez con la expresión triunfal.
-Sería un gran honor. Usted sabe que para mí El Comandante es como un Dios.
-Tu tarea es reunir mucha gente del barrio cuando vaya con las cámaras. Mucha gente. Quiero gente de todo el barrio ahí, chavistas, escuálidos, quien sea. Mostrar que Petare ya es otra vez roja. ¿Comprendes?
-Hecho, doctor. ¿Y qué es lo segundo?
-Lo segundo es
De pronto Osorio fijó la mirada en su pelo, detallándolo como si fuera un insecto raro. Se levantó y se acercó para ver mejor.
-¿Con qué te pintas tú eso, Mirian? ¿Agua oxigenada?
-Qué le pasa, Osorio. ¿Piensa que estoy loca? Sólo la chusma usa agua oxigenada.
El teléfono sonó.
-¿Ya llegó? -preguntó apenas atendió-. Dame dos minutos. Ya casi termino.
Osorio colgó y vio su reloj.
-Antes que te vayas déjame decirte lo segundo -dudó unos segundos; la llamada lo había hecho perder el hilo-. Ajá. Quiero que hagas un censo para las elecciones, Mirian. Ubicar a todos los chavistas del barrio y hacer un registro con direcciones, teléfonos. Necesitamos una base de datos para movilizar a esa gente el día de la elecciones. ¿Comprendes? Organización, Mirian. Por eso esta revolución ha durado tanto. Pero, como dice El Comandante, no podemos confiarnos. Aquí está medio mundo conspirando contra nosotros, desde el imperio a los malditos colombianos a los maricones de Primero Justicia.
-El censo ya lo comencé a hacer. Le decía eso cuando llegué.
Osorio se levantó y se acercó a ella. La profesora le iba a contar más detalles sobre el censo pero no lo hizo. Su tiempo se había agotado.
-Entonces ya sabes Mirian -le puso la mano en el hombro cariñosamente-. Primero lo primero. Las cámaras de TV. Llenar San Blas de gente. Y luego te ocupas de lo otro. Ah -y vele diciendo a los beneficiarios que van a tener que bajarse de la mula. A mí esto me costo dinero, tiempo y esfuerzo.
La puerta enseguida se abrió y entró una señora ya mayor, muy elegante. Parecía molesta; a Mirian le dio la impresión de que venía a reclamarle algo a Osorio.
Él enseguida se acercó a ella y le besó la mano.
-Mi querida Amalia. Cómo estás. Bienvenida a Fundacomunal. Pasa, siéntate.
La señora no respondió. Osorio la miraba de arriba abajo. Sabía que estaba molesta y eso parecía deleitarlo.
-¿Sabes quien es ella, Mirian? Adivina quién es.
A la señora se le salía la calentura por los orejas.
-¿Conoces el Centro Comercial Mercatex aquí mismo a dos cuadras, Mirian? Ella es la dueña. Mírala. Mírale la cartera, la ropa. Toda una oligarca. De Cerro Verde, Mirian. Una Ama del Valle diría Herrera Luque. ¿No es cierto, Amalia?
-A lo que vine, Osorio -dijo la señora secamente-. No tengo mucho tiempo.
Osorio le hizo una seña para que se sentara. Antes de salir Mirian hizo un gesto para despedirse, pero él no la vio.
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