Sábado, 15 de noviembre de 2008
Con El paraíso en la otra esquina (Alfaguara, 2005), la novela de Mario Vargas Llosa sobre las vidas de Paul Gauguin y Flora Tristán, me pasó algo que no me había pasado con ninguna otra novela. La parte de Flora Tristán la leí una vez y desde entonces no la he vuelto a leer. La otra mitad de la novela, la parte del pintor Paul Gauguin –Vargas Llosa alterna capítulos entre estas dos historias que casi no se tocan–, la he leído a lo sumo media docena de veces, siempre con la misma admiración. Los capítulos de Gauguin están entre mis páginas favoritas de la obra de Vargas Llosa, mientras que los de Flora Tristán están entre mis páginas menos favoritas.
Mi preferencia por la parte de Gauguin se debe a que pienso que está mejor escrita, pero quizá mi juicio está influenciado por un factor menos objetivo: la vida de Gauguin me interesa mucho más que la de Flora Tristán. El descubrimiento tardío de Gauguin de su vocación artística. Su decisión de hacerse pintor en una etapa de su vida –ya adulto, casado, con hijos– en la que no es fácil abandonarlo todo por el arte. El hecho de que antes de asumir su vocación Gauguin llevara una vida próspera trabajando en una casa de bolsa. Para mí, todo esto es muy interesante.