Martes, 30 de septiembre de 2008
Hace un par de semanas, en una rueda de prensa, un periodista le preguntó al presidente Chávez por el caso del maletín. El juicio en Miami sobre el caso ya había comenzado y las primeras transcripciones de las grabaciones hechas por el FBI a los protagonistas –grabaciones que embarran hasta la cintura al gobierno venezolano– ya habían salido a la luz. Pero Chávez, incólume, se defendió con las mismas descalificaciones de siempre, como si las grabaciones fuesen una nimiedad. Una vez más le mintió al país, consciente de que, desde su poltrona de poder, puede decir prácticamente cualquier cosa porque nadie tiene el espacio para, de verdad, interrogarlo. Más de un periodista debe haber sentido rabia e impotencia ante semejante abuso de poder.
Visto desde cierto ángulo, las grabaciones del FBI sí son una nimiedad, porque ellas sólo reconfirman lo que, desde el arresto de Franklin Durán y compañía, ya todos sabíamos: Básicamente que el gobierno de Venezuela, desde Chávez para abajo, trató de silenciar con dinero público al hombre del maletín, Guido Antonini Wilson, para que no revelara que el dinero que le incautaron en Argentina provenía de PDVSA y era un regalito de Chávez para la campaña de Cristina Kirchner. Y para ello mandó a varios emisarios a Miami para negociar con Antonini. ¿Quiénes eran estos emisarios? Patéticos y mediocres personajillos que se han hecho ricos a espaldas del gobierno, y que, por cultivar y mantener buenas relaciones con los capos de la “revolución” son capaces de cualquier cosa, desde convertirse en mulas a actuar como intermediarios en sobornos millonarios.